viernes, 18 de octubre de 2013

La poesía de Tulio Galeas

Foto: Fabricio Estrada


Tulio Galeas*, a mi criterio, uno de los maeses de la poesía hondureña de vanguardia, se abrió campo durante la década del setenta. Junto a José Adán Castelar, Nelson Merren, José Luis Quesada, Marco Tulio Miró, Francisco Aquino y Carlos Ramírez, formó parte del grupo "La voz convocada" un proyecto literario hasta el momento irrepetible. Su poesía ofrece construcciones metafóricas líricas y profundas; es una metáfora bella en toda la extensión de la palabra. Recuerdo que años atrás, buscando en la biblioteca de la UPNFM el libro Perro contado de Alexis Ramírez, me encontré con Las razones, título con el que obtuvo en 1969 el Premio de Poesía "Juan Ramón Molina": un librito claro, polvoso y viejo, y me senté a hojearlo ahí mismo —era muy breve: solo quince poemas (el concurso, convocado cada año por la Escuela Superior del Prefesorado en ese tiempo, establecía un mínimo de trece poemas por libro participante)— y quedé fascinada.

La UNAH hace unos días le ofreció un merecidísimo homenaje al poeta, quien muy humildemente me regaló Cambio de alas, publicado en el 2010. Digo humildemente porque es así, un tipo tímido, callado, que pese a cargar y hacer honor al oficio de poeta no ha padecido nunca el complejo de vaca sagrada; más bien, es capaz de autonombrarse "poeta menor". Al leerlo reafirmé todas las conjeturas que tuve de su primer libro: Tulio Galeas es, sin duda alguna, uno de los nombres más representativos de la poesía total (usando sus formas) del país. Su producción literaria —como la de los grandes maestros— no es extensa. Pero en esos dos libros únicos cabe todo, un lirismo apuntalado con los sentires humanos más hondos: angustia existencial, un manejo excepcional del amor como símbolo poético, y compromiso social. Siempre he creído que lo que aquí se escribe por algunas manos es maravilloso y resulta triste saber que voces como la suya no llegan fácilmente a todo el mundo. Comparto una muestra seleccionada a mi gusto —y seguro le he fallado al dejar fuera piezas únicas, lo que debe animarles a conocerlo más— de sus dos libros publicados hasta ahora, confiando que aún nos queda Tulio Galeas para rato.


De Cambio de alas, 2010




Poeta menor

Soy la pequeña puerta, el desvarío
del invierno,
una cifra escondida
en el vientre infinito de los números,
el que escuchó la ingrata alegoría
del ruiseñor de Borges,
el que no tiene voz sino vacío,
el alimento oscuro del olvido,
el que esconde sus sueños
ante el acoso de la medianía,
el que sabe que el tiempo que le queda
es limitado y simple
y no le importa
entregar sus silencios a la hoguera.


A veces las palabras

A veces las palabras
lastiman a la música,
le costuran espinas en el lugar
más hondo del sonido,
le deforman la piel
y entran de lleno
con un puñal en el remordimiento.

Los oídos no saben si cerrarse o abrirse
ni separar la fruta de su cáscara,
simplemente la escuchan,
la dejan acercarse,
mezclar su intimidad 
y prostituirse.

Después dejan que viva
el producto final
de ese martirio.


Epitafios

Borren los epitafios,
no quiero que adelanten
su sentencia,
su aroma de camino desandado.

No quiero ver mi nombre encadenado
a unas pocas palabras,
a unas cifras inciertas.
No quiero nada con la muerte, temo
hasta decir su nombre, he padecido
insomnios por su culpa.
Su figura de cielo desgarbado
me acecha desde mi juventud
con promesas de luz y vida eterna.
Levanté una pared contra el acoso
de las formas comunes de la muerte,
contra la hipocresía de sus tentaciones.
Odio esos paraísos inventados,
la fantasía de morir por otros.
He sorteado las trampas de miseria
adonde quiso llevarme
y descubrí a tiempo su contagio, 
su relación estrecha con la noche.
Me sabe más amargo su café cada día,
sus rincones de luto,
su energía cautiva.

Prefiero mi humildad 
a la grandeza de su roce
y a sus trajes incómodos.
Viendo los epitafios
he perdido las ganas de morirme.
Como es inevitable
quiero morirme viejo,
alabado por todas mis arrugas
y tan lleno de vida que la muerte
piense en volver mañana.

Quiero morirme útil
rodeado por mis libros
con un olor
de vela consumida,
ignorado por los epitafios,
con un espacio limpio
donde alguien
perfume mi recuerdo
con sus rosas.


Rendición de cuentas

No tengo nada que exigir. La vida
es solo una mirada de la suerte,
una breve agonía, un simulacro
de la prisa, el bostezo
de un creador aburrido.
La ingenuidad nos hace creer
que en cada árbol hay frutos permanentes,
que con palabras se fabrican sueños,
que con juguetes se fabrican niños,
que la memoria es una piedra estable.
Somos restos de una guerra perdida,
la bandera de un país derrotado,
un hijo que se arroja a la basura,
una miga de pan que se resbala
de un banquete de nubes.

Nunca pedí venir y no sé si agradezco
este espacio de angustia,
el tiempo inexplicable
que le serví al dolor como experiencia.

Pude mirar un cielo que siempre será ajeno
y rozar el amor como quien toca
el lomo de una bestia desconfiada,
creer en la verdad sin comprobarla, 
aceptar los defectos
que solo por nacer traigo en la carne.

Fui siempre como un ciego
que regaló a la noche su fortuna.
No pido una indulgencia
ni la moneda oscura de un recuerdo
ni un apretado cinturón que evite
mi desaparición tras el impacto.

Soy la sombra
que nunca se acomoda a ningún cuerpo,
un pasajero hacia ninguna parte,
un murmullo que nunca llegará a ser palabra.
Nunca veré otra luz, ¿para qué quiero
repetir esta luz en otro ambiente?
Es mejor apagarla y abandonar la escena.

Cuando se acabe el tiempo
de vivir, le dejaré
todas mis pertenencias a la muerte.


En mi cuarto de estudio

Los olores de la noche
entran por la ventana.
La ventana es del tamaño de la noche,
la noche hace de la ventana
un sueño
que huye y abre nuevas
ventanas a la noche;
es una noche llena de ventanas
por donde entra y sale
siempre
el mismo hombre.


Arte poética

Como una inesperada visita
o hijo de la lucha
contra la tierra dura
de la página en blanco,
el poema amanece
aún húmedo de insomnios.

Fruto de árboles diferentes,
no sé hasta dónde es mío 
o es ajeno;
su propiedad es un derecho
que solo el aire puede reclamar.
Lancé mi red a ese naufragio de palabras
y el azar me devuelve
ese pétalo abierto
como un ojo al instante de su primera luz,
inevitable vida que se abre camino
igual que cualquier flor.


La otra luna

La luna se aleja de la tierra cada día
como una enamorada que resiste
todas las embestidas
y cierra poco a poco su ventana.

Un día su figura 
de fábula dorada
será un recuerdo incierto,
pájaro de otras nubes,
vaivén para otros mares.

Me invade la nostalgia
de los ojos futuros
que al no encontrar su nombre
en la agenda del cielo
escarbarán la tierra
buscando nuestros ojos
para poder mirarla.


Los niños en la calle

No son niños, son señales de luto
que la luna reparte,
piedras que usa el hombre contra el hombre,
gusanos que envenenan los pasteles,
cicatrices en las manos de Dios.

Viven los sobresaltos
de un animal en riesgo permanente.
¿Quién dice que son niños
si al nacer están llenos
de todas las vergüenzas de un adulto?

La vida los separa como ediciones falsas.
Son las pruebas fallidas, los trajes descartables,
las manchas del mantel, los defectos
que se esconden con pánico,
las arrugas del rostro de la calle.
¿Quién podrá regresarlos a su edad
y devolverlos a un planeta de niños?
No entran en el negocio del presente.

Ojalá que el futuro, aunque sea a pedradas,
lo conquisten los niños en la calle.


Desaparecidos

Los huesos son los únicos que dicen
que hubo un ser humano en ese espacio.
Los huesos son palabras que no duermen,
lámparas de un gas inagotable,
no hay muerte que los cubra.
Buscan una salida
a través de las bocas que reclaman justicia.

No habrá paz si no vuelven los ojos traicionados
a rescatar la luz que les robaron.
El olvido no cabe en estos huesos,
es necesario abrir a dentelladas todos los escondrijos.

No habrá paz hasta el día
en que todos los huesos enterrados
puedan contar su historia
y torcerles el nombre a los culpables.

Hasta entonces
echaremos a andar nuestros relojes.


Carta a mi madre

Han pasado los años y tu muerte
cada día es más firme. Se levanta
la niebla entre los dos. Amontonan recuerdos
las palabras.

Cada día es más hondo el pozo
donde fuiste 
a buscar cualquier cosa.
Han crecido tus nietos
y tu hijo menor es casi un viejo.

Las acacias levantan su frente en mi ventana
atisbando tu luz.
El barrio es diferente. Alguien
le extravió los perfumes a la brisa
y un edificio enorme
nos robó medio cielo.
Solo el mar y la lluvia son los mismos fantasmas
y con ellos aún vives tarareando promesas.

Esperando tocarte por azar o atraído
por ese amor que ni la muerte
pudo romper, he dejado mi sueño a la deriva.

Sentado en el brocal del pozo
te espero con todas mis velas encendidas.
Y no sé si ilumino tu regreso o preparo el camino
donde un día tendré que ir a buscarte.




De Las razones, 1970


La muerte pequeña

Vino la muerte un día y me dejó vacío.
Fue una muerte pequeña, fue un mensaje
de la muerte infinita, una gota tal vez, un hilo apenas…
en mi perfil se recostó su estrella,
medio metro de sombra se enroscó en mi cintura.

Pero borró mis huellas primitivas
y la mañana azul de mi palabra niña.
Yo me quedé ante el mundo como un recién nacido.
Se arrodilló mi corazón de pronto,
y me miré las manos, y tenía
un puñado de tierra hecho destino.


Un día llegarás

Un día llegarás, y contigo el reclamo
de siglos que pasaron acechando mis ruidos
detrás de la semilla y del hambre nocturna.
Vendrá el sabor sin publicar el hábito
rodeado de tibieza, la mañana
que me perdió, las rosas
apenas defendidas por suspiros.

Todo vendrá contigo. No sabré contenerme,
ni tocarme, ni herirme.
Como una casa nueva
se encenderá mi corazón, y el llanto
morderá mis orgullos, mi estación decadente.

Será justo que llames.

Pero ahora, descansa.
No levantes tus ojos de fantasma
intranquilo, tu cerebro sin sexo,
tus atisbos de luz, no martirices
la escalera del sueño, no persigas
el peso de mi nombre. Espera.
Un día serás recompensado.


El enigma

Y en pos del amor, de las costuras
del amor, le crecieron
las esperas y el tedio.

Pasó con su fatiga, con su color
de vuelo, su número
olvidado.

Apenas lo miraron las alas
que agitaban
su desnudez al cielo,
y acaso los chirridos
que salían golpeando
la pereza del alba.

Una tarde la sangre
se le aburrió. Llamaron
desde atrás,
desde el suelo.

Entonces, se detuvo.
Se tocó
largamente
para reconocerse,
y se sintió
de pronto, tan ajeno,
tan de otro,
que amó por fin
al ser que lo habitaba.


Las razones

Desde el silencio vine. Yo traía,
un sol, un cielo joven,
un extraño sabor de bosque que crecía,
de tierra que germina,
un sonido de mar embotellado,
de energía aplastada como un tigre entre redes,
de lluvia que se acerca paso a paso en la noche
hasta no ser sino un soplo aburrido.
Solo quería ver lo que llamaban
territorio y poesía, vida plena.

Llegué aquí. Las espinas
se enamoraron de mis pies desnudos,
los hierros me lamieron las manos y las sienes.
Me enseñaron las tardes ocultas, los talleres
donde el hombre comprime su almacén de pecados;
trepé hasta los sudores,
bajé hasta las ternuras más hurañas,
hasta los manantiales sepultados, hasta el fuego
que oculta su desnudez y su hambre
de madera y rosales.
Me vi de pronto inmensamente triste,
respirando y comiendo, encadenado
a los deudos del día, al equilibrio
de la muerte y la sangre, caminando
a un ritmo de sollozo.
Ya no pude volverme hacia la niebla,
y un caserón de huesos contenía
mis fiebres inconclusas,
mi violencia de párpados hundidos,
de ruidos que se aplastan,
de música que ahoga su temblor en el pecho.
Ya no pude volverme y tuve miedo,
miedo del viejo tren que detenía
su marcha tenebrosa
en una esquina turbia donde todo está frío,
miedo del largo viento de la noche
que pasaba
desbaratando rostros y creando tempestades.


Primero es el dolor

Primero es el dolor como una espada
que desde el fondo del alma corta y brilla.
Es un mundo agitado que mete el pie y respira,
es el hombre atrapado entre siglos de espera,
es el hombre sepulto bajo un cielo violento
de fibras distendidas,
llevado como un buzo dormido por un mar
taciturno, que se extravió del llanto.

Es un grito apretándose contra la piel, hiriendo
el silencio de un túnel sudoroso y convulso,
creciendo entre tinieblas como una flor nocturna.

Desde su cárcel, solo,
con su pequeño corazón metido
en las rendijas de la medianoche,
en la incierta ribera de un sueño que termina,
desde su dependencia que se rompe:
el hombre se desliza, se precipita, lanza
sus huesos dulces y su angustia nueva,
su derecho a ser parte de un sol, de un no cualquiera,
pide aire, pide boca, pide techo y hoguera,
golpea las costuras, las ventanas del puño,
y es un lamento ahogado como de viejos muertos
que estremecen el eje mineral de la tierra.

Es algo que se siente crecer, es como el ruido
de una guerra que se hace gota a gota en las noches.
Es un dolor que desde el lado de la muerte choca
buscando un hueco, una escalera, un hilo,
un corredor que escape de la muerte,
una llave que rompa la corteza rugosa
y ácida que lo envuelve, es el ronco
hervor de un pecho asmático,
es el semen poblado de órganos y pelos,
golpeando desde el frío, haciendo a dentelladas
su pasión libertaria,
es un llanto enjaulado dentro de un ojo ciego
que tiene hambre de estrellas y ambición de caminos.

Ya no hay curva capaz de contenerlo,
nos invade el sollozo de agrietadas paredes
y de uñas que atenazan el filo de la tierra.

Se tocan los rugidos, la sed que se avecina,
los grandes manotazos y las ramas
que asaltan el mantel azorado,
los pies de azul maligno que desgarran y llenan
de palidez y miedo
los muros de la vida.


Tregua

En el amor total quiero asilarme
toda la noche, como un fugitivo
de la espesa república del tedio;
en el amor mis oídos perseguidos
quieren santificarse.

En el amor entero quiero hundirme,
con mi dolor que pesa como un motor cansado,
con mi vegetación de soledades,
con mis pañuelos y mis cartas viejas
que saben a bandera arrinconada.
En el amor quiero pertenecerme,
con la misma pasión que los ahogados tienen para la sed
y el que murió peleando por la olvidada cama;
toda la noche quiero morirme
en tus abusos, en tu rojo extraviado,

quiero debilitarme,
llenarme el puño con tu horrible usura,
provocar tu guitarra vengativa,
arrugarte la angustia hasta que llores,

quiero mancharme, amor, que me bendigas
en tu templo maldito, donde el dolor
es una espada amable
y la agonía huele a casa nueva,

de donde vengas, amor, y a donde vayas,
seas un huracán amaestrado
o una calle sucia, abandonada,
porque ya no hay espacio donde poner los pies;

el rostro de una niña
donde el deseo aún no ha meditado,
un papel amarillo nunca escrito,
una rosa apretada hasta la espina,
una tarde mestiza, un sol sin tierra,

o lo que sea al fin pero que me ame
toda esta larga noche
hasta que el mundo
con su parto de luz nos despedace.





(*) Tulio Galeas (La Ceiba, 1944). Poeta y médico hondureño. Autor de Las razones (1970) y Cambio de alas (2010).