domingo, 28 de julio de 2013

xD

"(...)

Para las señoritas (pues no había señoras que moraran en este caserón, inclusive las trabajadoras quienes, para servir donde las Zanatas, necesitaban esa condición indispensable) solo había un "excusado de trampa" como llamaban al inodoro. Los hombres teníamos un espacio al aire libre detrás de las matas de plátano para hacer nuestras necesidades fisiológicas. Era allí donde, de cuando en vez, me encontraba en muy deslucida posición con el coronel Verdugo y el negrito Apolonio, espantando a pedrada limpia a los zopilotes que no nos dejaban tomarle el gusto al diario evacuar... Recuerdo que una vez el mencionado coronel me hizo esta filosófica observación: Por qué será Rosa, que las gentes con la mayor naturalidad se invitan para una comida y no hacen lo mismo para una descomida? Imaginate -agregaba- una rueda de amigos sentados en excusados de trampa, contando cuentos o chascarillos y a la vez dándose el gustazo de expulsar los residuos de la comida digerida, ¿no tendría eso encanto y originalidad?

(...)"

Marco Antonio Rosa
Mis tías "las Zanatas"

martes, 16 de julio de 2013

Poemas de Clementina Suárez




Estrella, árbol y pájaro

En la estancia de la noche
sola yo, soy una estrella.
Sola yo, soy una estrella
en un ángulo de la luna.

Noche que desgaja lunas
para mí, que soy árbol solo.
Árbol solo, gris y estático
que no va dejando sombra.

En un ángulo del mundo
canto yo, pájaro solo.
Canto yo, pájaro solo.
¡Ah qué antigua es mi canción!


Los arados

Se han bifurcado las sendas
y van atrás los arados.
He comenzado a llamarte "compañero"
y he cosido mi pobreza a tu pobreza.
Yo un punto, tú otro punto
—alguien nos hundió el dedo en los ojos—
porque los dos lloramos sangre...
Pedazos de mi vida, de tu vida
van roturando los arados.


Poema en gris

Igual que un pájaro en su jaula
que no tiene un cielo azul
donde extender sus alas
—así me echo de menos—
sin los cielos untados de tu presencia
donde mi dicha pastoreaba nubes
tarde a tarde.


(de Veleros, 1937)


Una obrera muerta

Yo no bajaré a la tumba convertida en harapo,
ni un solo diente de mi boca se ha caído.
Las carnes en mi cuerpo tienen su forma intacta
y ágil en su tallo se yergue la cabeza.

Yo iré a la muerte pero con el labio fresco,
con voz firme y clara responderé a la llamada.
Yo sé que están contando los minutos de la vida
y que jamás el destino su sentencia retrasa.

Sobresalto no tengo por entrar a la sombra,
nadie quiero que venga por mi muerte a llorar,
la espuma de mi sangre como aceite se acaba
y para ese instante a todos solo pido silencio.

No quiero que ya muerta peinen mi cabello
ni que las manos juntas pongan en mi pecho,
quiero que me dejen así como me quede
y así en la tierra abierta me vayan a dejar.

No quiero que me vistan, ni que me ultrajen muerta,
estando conmigo los que nunca estuvieron.
Compañeros sinceros, los que siempre tuve,
solo esos que se encarguen de irme a enterrar.

Tampoco quiero seña, ni que una cruz me pongan,
no quiero para mí nada que los pobres no tengan.
Pues aún después de muerta, mi puño estará cerrado
y en el viento mi nombre será como bandera.


Lamentos en el espacio

Afuera ruge el viento. Tu cabeza está
en mis piernas.
La noche se entretiene en ronda de fantasmas.
Aguas desbarrancadas cortan narcisos y nieblas,
para adornar la tumba de tanto pájaro muerto.

Tú peinas y despeinas mi cabello
mientras el mar arrastra sangre y lodo.

La sombra parece que esculpiera cadáveres.
¿Quién llora y se desespera en el aire?
Amor. Tú estás dormido,
—sin darte prisa por salir de la noche—
mientras yo atajo lamentos
de madres y de niños.


(de De la desilusión a la esperanza, 1944)



Mirando extasiada al cielo

Sentada a la orilla de la vida
yo soy tres:
mi sueño, la poesía y yo;
pero lo que ahora digo
lo borra mi sangre con su veloz vertiente,
entretanto el reloj
—rompeolas de los días—
inventa una nueva hora,
en la escala gradual del tiempo.
Anterior al péndulo
y al vuelo de las golondrinas,
está mi luna que llora y ríe
en un exacto protectorado de palabras.
Yo no sé cómo cerrar los ojos,
reconquistar las tardes,
las memorias
y los paisajes
en una sola fuente recóndita
que afirme definitivamente
el soplo primigenio;
a nivel de la rosa que no se marchita
en el seno,
o de la nube que se hubiera quedado
prendida en la ventana
mirando extasiada al cielo.


Rebeldía

No he venido al mundo
para llorar. No es con lágrimas
que se obtiene la alta dimensión del hombre.
No es a que me maltraten
ni a que me humillen.
No me arredra la lucha
por más encarnizada que ella sea.
Afianzada tengo el alma
a un rojo encendido de fuerza
que puede maldecir
pero jamás humillarse.

No importa que pretendan negar
la luz de mi destino,
que rompan despiadadamente
el encaje del sueño,
que destruyan el azogue de mi espejo,
que me sumerjan en la noche sin adioses,
que con saña me nieguen el pan, la sal y el agua.
No esperen que por ello me doble dócilmente,
aunque la carne sea siempre la carne
mis entrañas ya casi son de acero.

Mas lo que así pretendan
que por mí no teman
que haría falta para ello desconocer
que yo aprendí a cantar con las palabras justas.
Y que he encontrado la verdad en la médula de mis huesos
y que por eso marcho a espaldas de la aurora
como si ella misma naciera en mi costado.

Ignoran acaso que en el recinto de mi pecho
he dejado entrar el universo
y que tengo como cumplido deber gozoso
amar la justicia, la lucha, la esperanza
y afianzare a ellas
con mi corazón, mi canto
y la vida misma.

Y que por ello en todo tiempo
para mi sueño es la primavera,
la tierra toda florece
y adelante para mí su simiente milagrosa.

Sin negarme jamás a sangrar,
hasta dejar como caños vacíos las venas,
dislocarme de espanto en horas tormentosas,
rodar como un animal herido,
saborear mi saliva como si fuera una fruta,
tocar sonámbula mi propio esqueleto,
acariciarme yo misma
a fuerza de sentirme tan desgraciada.

Pero eso no será nunca estar vencida
ni naufragada en ningún planeta.
Será acaso como estar momentáneamente cansada
de un largo viaje...
para empezar el nuevo día con más violencia.
Pues hay que saber que cuando el pecho casi estalla,
el dolor es su única defensa.
Además qué triste sería ser invencibles
únicamente por el miedo a sufrir.

Mi pecho abierto a los cuatro costados
se viste, se desviste, anda y desanda los caminos
y jamás se protege del desamparo.
Él sabe que sería risible disfrazarse con máscaras,
que solo hay una forma segura de ganar el combate
y es entrar en él con el cuerpo descubierto
pero con plena decisión de pelear
hasta ganar o perder.

Que vivir es seguir viviendo,
buscarse minuto a minuto,
hasta encontrar la voz servidora
que nos permita dar el mensaje
de lo verdaderamente eterno.

Yo sé que atrás se quedará mi rostro
pero que mi voz estará siempre en el alba,
que no hay tumba para la férvida palabra
y mucho menos para el canto que va de boca en boca.
Que este es un frágil milagro de inescrutables designios,
una belleza que se acrecienta cada primavera
y una eternidad que se levanta del mismo cadáver
para no morir nunca.


Combate

Yo soy un poeta
un ejército de poetas.
Y hoy quiero escribir un poema,
un poema silbatos,
un poema fusiles
para pegarlos en las puertas,
en la celda de las prisiones,
en los muros de las escuelas.

Hoy quiero construir y destruir,
levantar en andamios la esperanza.
Despertar al niño
arcángel de las espadas,
ser relámpago, trueno,
con estatura de héroe
para talar, arrasar
las podridas raíces de mi pueblo


(de El poeta y sus señales, 1969)