martes, 30 de septiembre de 2014

"Sombra y carne" de Óscar Ordóñez Lastra (1)



Si hay un libro de nuestra pos vanguardia que se robó mi corazón es Sombra y carne (1997), de Óscar Ordóñez Lastra. Y quizá sea un poeta y un libro no muy conocidos, y quizá piensen: “Hay tantos nombres ya referentes, ¡qué locura y grosería darle el lugar a un extraño!" Es inevitable: se trata de un hermoso libro conceptual, casi surrealista, con rastros de escritura automática que aborda un intimismo urbano, una ternura tratada con tanta alevosía, con una energúmena manera de entender el amor y el ser que, en fin, son tantas cosas las que podría decir. Hace varios años dejé mi poema favorito del libro POR ACÁ, en esta ocasión, mediante dos entregas, voy a compartir otros textos. En algunos casos son poemas extensos, pero si el libro llegara a caer en sus manos, al leerlo van a sobresaltarse de su extraordinaria belleza.


Primera parte
(El tamagás)



2

También he visto pasar junto a mí
horas caravanas de frases y de locuras,
pensamientos quietos hasta la tortura
desbarrancados y rotos
muertos de vergüenza en el ahora, —en
la duda ciénaga del alma—. Desde luego
mataba el tiempo durante
las tormentas que se atascan en la tarde.
Vi soles púrpuras en la angustia
seres desesperados de brújulas rotas —añicos—
rumbo de los nortes personalísimos
que pueblan los icebergs
y —por qué no— los signos ortográficos de la exclamación.
En busca de la pureza de las piedras negras
a la vuelta de la esquina,
en el fondo de los ríos
o en la curva ridícula de las desgracias
que son las que se hartan.
Una y otra vez,
el ritmo frenesí de las gentes,
el murmullo de las aguas débiles
en sus cauces; —soledades infranqueables
en el chorro de los días,
cuando florecen los alambres
en los postes,
bullicios —panal de abeja— de las señoritas
pulcras y no tan pulcras en las tiendas,
ropa de colores
canasta de frutas, —tripulaciones
que atracaron borrachas
en la última copa del amanecer,
tentaciones con desconocidas que tocan
los portones de la medianoche.
En este calambre de inmensidad se extiende
lo inútil y la extravagancia
que es un paisaje. No
creo que nadie haya olvidado.

He dado tumbos
por las calles en las que reconocí
la luz color escuela o lápiz
de ciertos atardeceres como si fueran otros.
Luz tristeza
luz emboscada luz ceniza
a través de ciertas ciudades inmediatamente después
de la lluvia: —He rondado
bajo la luna llena
bajo luces pálidas
cuando me hervían las venas.
Sin que nadie se percatara
de la ingeniería de mis pasos
en la marea baja de los adoquines y las calles
en las que encallan los contenedores repletos
de pulpa de soles
y cuadernos azules de los locos
y los cuerdos perdedores. Me he debatido
tormentoso en la gran madre
que es la nada. Bebí mares
de inquietud y de tristeza.


3
(Fragmento)

Sé que mi geografía alambrada
que tanto me concierne dado de bruces
desesperada dadas vueltas las costuras en los días y en
las costillas y en las noches en que estás ausente.
Sé que los buques nerviosos
en este mi amasijo de carne y células y huesos,
ligero de pertenencias en este mi estupor
llena la boca de mariposas ciegas
y naranjas en el temblor que me regalas. Sé
que la virgen dormida de tu pie y la arena y la lluvia
y tus manos. Sé que a veces me siento sobre mis
pensamientos
con el fin de esperar rachas de un tiempo azul
de proyectos luminosos y claros en el sendero.
Sé que tu murmullo de bestia y océano.
Sé que tu olor.
Sé que lo sabes.
Llegué a tocar el cielo
que habita oculto tras el otro
detrás de tu pelo
detrás de tu risa
tu universo, el que nos rodea, y mi cielo.

Entonces —yo abismo y tú mi eco— en verdad les digo
que me bailas en las piernas de la resonancia y que
es imprescindible dinamitar los puentes
es imprescindible quemar las naves barrigudas de tesoros
a través de las fiebres (un arco incendiado de purísimo
salto al vacío).
—Mira, mira los ángeles salvajes ángeles rebeldes (mira)
los hipnóticos potentes de cualquier parte en la que estoy
violento y aferrado y obseso
al vientre y al acuario y cintura
delgada como melodía —que nadie diga nada—
de una hembra mayúscula de nocturnos perfumes. Esto es
a veces más lento,
ocaso que los barre —al suave— el viento. Tan hermosa
de sandalias como la bandera de un pueblo del Asia Central
—Este mi deambularte tiene que encontrar
encontrarte busca ¿sabes? entrar en ti
me tienes que me deberás te voy ¿comprendes?
cuerpos amarrados entre olores
ciudad de los mil colores
pero ten cuidado porque esto ata,
no te das cuenta que te persigo hablando desde dentro
de tu pecho
olorosa tierra húmeda cuando duermes
princesa nómada de sandalias y cascabeles
sirena traviesa en la cama revuelta y sus olas
—Soy tuya sólo tuya
haz conmigo lo que tú quieras que yo haré contigo lo que
me estremezca
déjame que te hable de lo que tú deseas
no temas cansarte porque sin edad en mí descansas
¿mil palabras?
dámelas también aquí allá lo peor
que puede pasar besos miradas centellas dichas
es que no pase nada cuídame cuídame
mi lengua es brisa
mi lengua es inquieta en tu pelo en tu piel
yo María bebo de tu aguacero
yo María a la que no abarcas
a la que no espantas ten fe

Ojos color aceite tormenta la llamé
y vibré por ti mujer en lo otro
lo salvaje
dicen que cínico viví hasta los espasmos.

He sido he visto
reventar en mí —abanico de plumas— en la hélice del gozo
el animal sagrado de mi obsesión azul
y carne;
con el profundo corazón de la madera
crepitando combustible en la chimenea,
en aldeas secretas y calmas
de bollos frescos y sierras nevadas. Embriagados
al perfume de oscuras glándulas
y sábanas en habitaciones herméticas al paso de los días
y el teléfono;
en la ternura de los desayunos
—como niños recién despertados—
a la fascinación de los contrarios
y los más inesperados ángulos del cuerpo.
Mi esposa y mi sangre
mi alimento.
Será porque yo sólo sé mencionar las rocas
que toda noche trae despeñadas en un gesto.
Será porque tú ríes de alegría clara
con el cuerpo de alegría clara en los ojos
cuando logras embellecerme. Será porque antes
en y después del bicho el encanto nos sobrevive
como un deudo.
Será porque yo te creo el peligro y tú
me revelas el rescate. Porque se dice imposible
como si fuera un crimen. Porque sé que te conozco
desde hace varias vidas en esta o
en aquella.
Porque te cuelgas del aire contrayendo los dedos
de los pies desplegadas tus piernas en los extremos
de mi compás.
Porque no hay nada comparable
a que te palpite rojísimo el centro.
Porque no hay nada que hacer (esto es lo que hay)
una vez probado tu sangre es mi sangre
mi sangre es tu vida por eterna tu sangre
este imposible imposible
porque puedo pero no debo
porque debo pero no sé.


 5 (*)
(Fragmento)

La piel dispuesta como un piano,
el paladar una ventana,
mar y señal el perfume que va y viene,
ríos furiosos los ojos, caballo desbocado
tras los sentidos qué te quedo?

ebrio de repercutido y penumbras
bestia y viaje, árbol y temporada.

—Con el corazón en la boca
qué fiebre no has contenido?

Astillas el pensamiento al filo
de lo prohibido y su acantilado inmóvil,
la altura se mantiene quieta
en su contemplación de toda caída.

—Completamente derramado en la memoria
escarbas.

Gabriel, cuenta hasta diez
un puñado de segundos sin toser.
Y dame, un paisaje irreparable
un solo nocturno agitado,

justo en el ombligo de la nada.
Un paisaje desesperado,
de esos que pasaron por ti
instinto y navaja.

En busca del ángel que sabes
te observa oculto detrás de cada palabra.

Azul, de sonreír.
Es de tu propio pie la huella,
de tus batallas esas ruinas,
esas aves carroñeras que círculo eterno
remolinean sobre tu cabeza,
y sobre tu retirada
hacia lo imposible.

Donde se balbucea sangre y huesos
lo que tuerce los senderos;

acurrucado, en una esquina
la culpa de todos y de nadie.

La razón de tu estancia indefinida
entre los muros de este castillo de voluntades
rotas.

En los arrabales del cerebro
vueltas y más vueltas.

El tanteo de los eclipses,
el perfil de las derivas;
y es que perverso es tan sólo un nombre
palpitante de selva y carne y sombra
y cielo y mujer y estrella,

en fin, cualquier barranco
cualquier noche,

un paisaje irreparable Gabriel
casi urgente, casi.

—Completamente derramado en la memoria escarbo.

Fue entonces que sentí
a cambio de este completo despojamiento
—las mareas que nos comunican
los naufragios—,
las renuncias y los abandonos.

Algún día —seguramente— estaré
en una habitación pequeña de escasa,
de mi periferia angosta
más allá, casi tan acá, opino yo

nacer en mí,
naciones alegres de multicolores pabellones
y lenguas de substancias sólidos
como la piedra que afilada corta el aire,

recias y vigorosas como la épica
de verbos de bruscos movimientos
como el norte y sus vientos

Madrid barro cocido vivo
cintura estrecha de ladrillos rojos

—Ahogado y con los ojos abiertos
de tanto recuerdo y alboroto

Tegucigalpa D.C. y mi cantina substantiva
de agonía lenta

—o ese agujero
que resume todo en todo lado
sin notarlo nadie nadie

Naciones errantes y guerreras
despellejadoras por las estepas
por el tiempo y tupidas selvas
de —negros perfumes—
y animales escandalosos; bebedoras
y guitarra, de canciones en el fragor
de las batallas.

Una habitación escasa, dije,
pero también—
de paredes insoportablemente blancas.

El desconsuelo puede convertirse en un
pañuelo

—para conciliar el sueño me sería necesario
conocer el aullido de todos los perros
de la noche—.

Sentí razas,
pueblos al borde del mar
orgullosos de poderosas armadas flanqueadas
por los delfines en los golfos; pueblos
de perdidas inocencias
con vocabularios y leyendas
espesas en los pergaminos,
al filo de la primavera
OH! Vida
piedra angular de la pirámide del sol

Un crayón
la muerte o
algo así, como tener un muy buen dormir
—el chirriar de los columpios y cigarras
en los días largos del verano—

Y la imagen inundada
enervante entre mis cejas
porque a veces me acuerdo de ella.

Y festivas
bajo la luna llena y pasión violenta
y chispas del adulterio entre los dioses
de arcilla

¡Porque la sangre es vida!

A ras de conciencia esta charca
este dolor sordo que me carcome el alma
que debe ser mueble

tan mío, tan sólo mío, que no se olvide
el equilibrio que pase a cuchillo.

Gentes danzantes bajo la cortina de las tormentas
razas de ángeles caídos de lejos de las arcadias,
despiadadas en las búsquedas y
radicales en las religiones
de sal y mercurio,
sangre y fuego.

A ras de conciencia
ese toldo agujereado
refugio de los mendigos
bajo la lluvia desolada
de los días idos,
bastón de los por venir.
Porque a veces me acuerdo de ella
un invierno gélido de frío por dentro
frío por dentro
frío por dentro
frío por dentro

He participado, concluyo,
en la fundación —a través del amor,

la que turbulenta la angustia
que me palpita,

de la ciudad de los hombres comedores
de corazones, la ciudad de los hombres
de voz articulada,

la que intenciona el tiemblo
que me vibra,

la ciudad de los comedores de flores
y los contadores de luz,
la ciudad y la memoria
de los viajeros de la noche,
¡los bebedores de sangre!
en el cuenco del tiempo
y de los cuerpos y de las almas

la que orgasma
el nombre que me escarlata

siempremente asombrados
los ojos como platos

ante lo oceánico inconmensurable
y cambiante del cosmos
y su misterioso atanor,

en la desconocida,
en metros cúbicos de paisajes vibrantes
en las mujeres lejanas y perplejas
que siento pasar a mi lado
como un viento ciego.

¡traductores de la esfera!
¡los fumadores de polen!
¡los que meamos al pie de la Cruz!

Erguido en los escombros,
en los salvaje agoto mi cuerpo que es mi tiempo.

enemigos a muerte
de los que dicen OHH! mi espíritu
OHH! mi paz y mi equilibrio
y OHHHH! mi armonía de papel regalo.

Un día de paredes insoportablemente blancas
mucho tiempo es Ayer,
porque a veces me acuerdo de ella,
ceniceros llenos de colillas,
una alcantarilla que me nace y muere
en el mismo sitio, una alcantarilla
que me desemboca en el mar.

Yo, Nosotros los comedores de corazones
plenos de la raíz a la estrella
de lo bello inocente
de lo bello terrible
del minotauro y su estigma de flor roja
y sombra.

¡Por fin en el umbral de los cuarteles
y de los manicomios fui informado por fin!

acerca de la composición del plasma
en los cuerpos poéticos
y los vasos comunicantes con lo real,
su cuadrante, su ánfora tan antigua
como la mitad del tiempo.

En esta mi trayectoria
de la bacteria al ángel,
aunque para mí el horror es tan sólo un espectáculo.

Tengo motivos para una poderosa alegría.

Aunque,
mi documentación es escasa
pero mi saber crispado, considero
imprescindible
el conocer donde volver

aunque el regreso sea
—en todo caso—
IMPOSIBLE!!!



(*) Los subrayados en rojo son fieles al diseño del libro.

domingo, 28 de septiembre de 2014

La pregunta

Ilustración: Allan Caicedo


"Maestro" —balbuceó el joven viejo—: "¿Por qué usted siempre responde a nuestras interrogaciones con una pregunta?"

"¿Será culpa mía?", —contestó el anciano.


Julio Escoto


miércoles, 24 de septiembre de 2014

Cubierta de "Los interiores" de Edilberto Cardona Bulnes



Anda circulando por la Internet la cubierta de Los interiores, del poeta Edilberto Cardona Bulnes. Este libro fue editado en España allá por 1973, luego de hacerse merecedor del Premio "Café Marfil".

La imagen fue compartida por el escritor y bibliófilo José González, quien a su vez la obtuvo por cortesía de Rolando Kattán. Ahora resta averiguar si Kattán realmente tiene en sus manos el libro y, de ser así, si podemos mantenernos a la espera de una pronta reedición de esta joya literaria. 

lunes, 22 de septiembre de 2014

Comentarios a "Mishima o la visión del vacío"



Mishima o la visión del vacío (1951) es un ensayo de la escritora belga Marguerite Yourcenar en el que se analizan elementos biográficos en torno a la vida de Yukio Mishima. La autora realiza un recorrido por la vida del escritor japonés, y a la vez que se van describiendo los hechos más trascendentales que marcaron la carrera de Mishima, se escudriña la producción literaria para ofrecer una visión más panorámica. La precisión en el manejo de los datos y la objetividad en el análisis no se pierden a pesar del apasionante interés y gusto que Yourcenar tuvo sobre la vida-obra de Mishima. 

Vemos cómo Yourcenar confronta la obra con el artista, y ofrece una reconstrucción cronológica de la aventura expresiva y la estructura psíquica del autor. Recordándonos la teoría de Freud, maneja el análisis en la obra literaria casi como síntoma neurótico en Mishima, y mezcla de manera fascinante la ficción y la realidad, al describir minuciosamente cada obra e intercalar los sucesos más importantes de la vida de Mishima durante los años en que se publicó cada obra. 

La autora parte describiendo cómo su trabajo abarcará tanto al escritor, como al individuo y al personaje que es “esa sombra o ese reflejo que el propio individuo contribuye a proyectar” (Yourcenar, 2003, p. 10, Seix Barral), pero aclara que “la verdad central” se encontrará sólo en la obra. Luego de eso, recuerda algunas anécdotas de la infancia y la juventud de Mishima que son tan reveladoras y que, en su mayoría, se encuentran en el libro Confesiones de una máscara. Mishima —nos dice Yourcenar— nace en Tokyo en 1925, hijo de un empleado de ministerio “considerado como un burócrata moroso” (ibíd., p. 17), y de una pedagoga. Pasó parte de su infancia muy apegado a su abuela, que venía de una dinastía de samuráis, y que padecía una serie de crisis nerviosas que Mishima siendo niño presenció. En palabras de Yourcenar “aquella hada loca puso en él, probablemente, el grano de demencia que antaño se consideraba necesario para el genio” (p.19).

Desde temprana edad se ve fuertemente impresionado con algunas cosas de Occidente. La famosa escena de eyaculación ante una foto de San Sebastián de Guido, y una ilustración de Juan de Arco montada en su caballo son dos imágenes que marcarán a Mishima. No abandona su apego por lo japonés, como la bella imagen del “cosechador del suelo nocturno” o el vendimiador que desciende por la colina al ocaso, creando una especie de sincretismo de los símbolos occidentales y orientales. 

Ya en la juventud, con su novela de principiante, La sed de amar, brotan los impulsos orgiásticos y sensuales que descubre en la pubertad, y que no abandonaron su obra. Su madre se interesa mucho por sus trabajos literarios y lo alienta a seguir. En la edad adulta, tras el éxito de Confesiones de una máscara, renuncia al puesto de burócrata que le había conseguido su padre y dedica de lleno a su carrera literaria. Para subsistir, sin embargo, parte de su trabajo tiene que ser “literatura alimentaria y publicaciones femeninas”. 

Confesiones de una máscara, dice Yourcenar, “nos produce la impresión de una autobiografía tomada a lo vivo”, y ofrece una imagen de la juventud entre 1945 y 1950, con elementos de autismo. Esta fue la obra maestra de Mishima, con la cual se abrió paso como escritor y comenzó una producción literaria del más alto nivel. El personaje central es un muchacho bisexual que se enamora en silencio “y desde lejos, del alumno más adulado y más atlético”. Además, este protagonista tiene una relación con una mujer casada, con la que mantiene encuentros furtivos en los cafés y la calle. Esto “también podría acontecer en París o en Nueva York” dice Yourcenar, como para hacernos ver los elementos occidentales, pero más aún, universales de la obra, que permiten que pueda situarse en cualquier parte del mundo. 

El mar de la fertilidad es una obra en cuatro volúmenes, donde “el contraste entre las duras y puras fuerzas elementales y el lujo pobre de un mundo gangrenado” (p., 44) es uno de los temas torales y, ciertamente, definitorios. En esta obra, considerada casi un testamento, ya la composición, el ritmo y el estilo han cambiado respecto a los trabajos anteriores. Bien nos dice la autora del ensayo: “Nos encontramos ahora ante un estilo desnudo, casi llano, contenido hasta en los momentos de lirismo, estriado con grietas destinadas, al parecer, a hacernos tropezar intencionadamente” (53). El subyacente sentido de reencarnación que rodea toda la tetralogía es, también, uno de los factores más atrayentes.

El primer volumen, Nieve en primavera, recrea la relación entre Honda y Kioyakim, y lo importante aquí es el paralelismo existencial, entre Honda que vive longevamente, y Kioyaki, que muere a los veinte años, “la vida del uno se desmigajará como se ha disipado la vida del otro” (57) sentencia Yourcenar. 

Caballos desbocados, segundo volumen, ya nos muestra a un Honda a los cuarenta años, con una existencia sombría. Sobre esta obra nos dice Yourcenar: “Tal vez es en este duro libro donde se encuentra el más extraño y el más tierno pasaje de toda la obra” (71).

En el Templo del alba, tercer volumen, se da la aparición de la princesa siamesa Ying Chan; y en El ángel en descomposición, volumen final, “la esperanza, y con ella las sucesivas encarnaciones del refinamiento, del entusiasmo o de la belleza, ya han muerto” (79). Para Yourcenar, este ángel que se pudre puede ser el mismo Japón, como símbolo de la catástrofe contemporánea que se vivía en el país por el tránsito hacia la modernidad. Es importante señalar que, la entrega de esta obra a su editor, se da la mañana en que Mishima decide poner fin a su existencia. 

Ahora bien, sobre la causa del suicidio ritual, lo que parece más claro es la obsesiva fascinación por la muerte que tiene el autor. Yourcenar explica que “las descripciones de seppuku (el acto de abrirse el vientre, seguido de la decapitación por el sable de una segunda persona) invaden toda la obra de Mishima. La autora nos dice cómo la muerte de Mishima constituye también “una obra maestra”, que debió ser planeada por el poeta. Tampoco se puede obviar la admiración que sentía por la tradición samurái, y quizá, en conjunto, estas fueron las razones de su suicidio. Todo parece indicar que Mishima deseaba morir, no se sentía satisfecho con su existencia, y como bien dice su madre cuando recibe el pésame de parte de unos visitantes: “No le compadezcan. Por primera vez en su vida ha hecho lo que deseaba hacer” (p.138).

En conclusión, la autora señala una analogía en cuanto al sable y la pluma del poeta. La sangre que corre a causa de una herida de sable simboliza “la sangre del poeta”, o más bien, la tinta con la cual escribe y convierte en un hermoso acto artístico y dramático su propia muerte. Con esto logra sondear completamente ese vacío búdico y, finalmente, abandonar la ilusión del mundo real.