jueves, 15 de octubre de 2009

Un poema de Óscar Ordónez Lastra


"Vos sabés que no hay palabras..."





25

Te observo.
Sin que puedas verme te observo;
vigilo tu sombra
tu más íntimo momento,
tu misterio cotidiano de la bolsa de la compra
y el horario que marcan los atascos.
Sandalias nuevas y café con donuts a las seis.
    Ahorita te estás bañando
y sin que puedas darte cuenta te vigilo
sin que puedas verme, te observo
y eres un ánfora olvidada bajo la lluvia
y busco deletrearte descifrarte
darte tu extensión,
busco la leyenda púrpura que enciendes en mi entraña y en mi
    Pero como siempre me desvío                              mi nervio.
y formulo planes para gozarte más,
te descubro y desnuda el agua tibia te desborda
y te recorre y te peina y te ordena
los líquenes y muslos de tu jardín secreto
la cabellera                       (los musgos)
de un duende,
el lomo de los búfalos,
la tormenta de mi lengua. El agua se demora en tus pezones
te abrillanta y suaviza los pechos, te reconoce con sus mil otras lenguas.
La espuma del shampoo corona tu cabeza
de algodones y flores del naranjo que es el azahar,
que se deslizan y pierden en el desagüe; vapores
y brumas cubren de vahos el espejo del botiquín.
    Sobre la taza del water
veo tus bragas, tu ropa amontonada sin cuidado,
—y pienso—
es maravillosa tu cenefa a través de los encajes.
   Me desquicias
me turbulentas —palpo el botón de dicha esta en sazón—
flotan perfumes de animal en celo revolcándose
en un estanque. Algo a tierra, algo a madera
algo a mar,
te das vueltas contra la pared
y veo como el agua modela tu cintura,
enrojece tu culo de guitarra;
pero por sobre todo veo el rizo denso
justo encima del botón de tu clítoris
y me dan ganas de entrar
y beber
el líquido que gota a gota se destila
saturado de orín, de sudor, de ovario maduro,
de lubricante, de mineral arrebatado
a tus poros,
y de polvo que quién sabe en qué momento del día
te barnizó; sobre el borde de la bañera —ahorita— levantas
y te acaricias
—con la esponja y el gel— el tobillo rotundo
de catedral en reposo,
el pie y las estrellas de mar de las uñas,
y de repente
te enderezas y me descubres furtivo —alucinado—
me sonríes y espero;
pero me preguntas la hora
justo cuando el tiempo ya no podría
ya no podrá
—voy a llegar tarde— me dices húmeda y chorreante,
—tranquila tranquila— te digo
intuyendo seguro como el cáncer y el bronce
que en algún lugar
alguien adiestra pájaros para que vuelen al fondo del mar
con un edificio atado al cuello,
un martes
un domingo...


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