miércoles, 16 de septiembre de 2009

La metáfora del rostro


Hace poco terminé la lectura de un libro que es más bien un diálogo epistolar entre Umberto Eco y Carlo María Martini, titulado En qué creen los que no creen y, aunque en su mayoría trata cuestiones éticas y de interrelación entre creyentes y no creyentes, el libro contiene algo que más que llamarme la atención me conmovió, como siempre pasa cuando hurgamos en recuerdos, en mi caso bastante recientes. Se trata de una alusión a eso que Lévinas llamó "la metáfora del rostro", en la cual explica la alteridad del Otro, y ese poder radicado en su rostro donde se manifiesta la miseria, el dolor impregnado en arrugas y cicatrices, la explicación material del sufrimiento de ese Otro al cual estamos suscritos, o como mejor lo explica Eco: "Es el otro, su mirada, lo que nos define y nos forma".
Lévinas en toda su obra nos da a entender esa importancia trascendental que tiene el ser humano frente a otro ser humano y esa necesidad inalienable de mancharnos, impregnarnos, llenarnos y hasta mancillarnos de ese todo que conforma a nuestro Otro. Cada rostro, desde su finitud, desde su existencia concreta, presenta una demanda de comprensión y justicia: una demanda infinita. En este libro Eco cita una reflexión de Italo Mancini que inmediatamente nos remite a esta idea de Lévinas sobre la infinitud de nuestra esencia encarnada en el rostro del Otro y que resume de forma sencilla lo que he tratado de esbozar aquí: la esencia de la vida, el amor, la muerte, y todo lo que subyace en ellos, se ve reflejada en el rostro del Otro, nuestro complemento, el Yo mismo visto a través del espejo.

"Nuestro mundo, para vivirlo, amar y santificarse, no está dado por una teoría neutra del ser, no está dado por los acontecimientos de la historia o por los fenómenos de la naturaleza, sino por la existencia de estos inauditos centros de alteridad que son los rostros, rostros para ser vistos, para respetarlos y para acariciarlos."

domingo, 6 de septiembre de 2009

Canción a Maiakovski



Desde el cuarto alto sonaba la canción que corresponde al video de arriba, cuando me desperté esta mañana e inmediatamente se me vino a la mente ese poema de Maiakovski escrito después de abandonar la celda. Por supuesto que estas relaciones, siempre, tienen su depositario, o depositaria...


¡Qué queréis!
Las páginas
susurrantes
entreabren sus párpados,
y el olor
de la pólvora
insiste
en nuestras fronteras.
Nada nuevo
cae bajo el rayo
cuando uno tiene
más de veinte años.
¿Vamos a entristecernos
por eso?
¿Vamos a gritar que nos hundimos?
La historia con sus aguas bravas,
la guerray las amenazas
están ahí:
nosotros
seguiremos adelante
como una proa en medio del espacio.

Vladimir Maiakovski
de “Poemas 1927-1929”