miércoles, 9 de septiembre de 2015

Foto de familia

Familia Arrazola Raudales


"Hay fotografías y hay fotografías. Esta, por ejemplo, es única. Podría decir que es una foto milagrosa, divina.
Divina, porque se tomó en la basílica de la virgen de Suyapa y porque, además, fue tomada por un “cura”, el tío Lencho [un bolo pelón, que siempre tuvo de dios a una botella]. Fue un verdadero milagro que nos tomáramos esta foto, porque ni antes ni después volvimos a posar toda la familia junta frente a una cámara. 

Parados, de izquierda a derecha: Luis, nuestro hermano mayor, que debo decirlo, siempre fue un buen guía para todos nosotros; luego la “psicoloca” María, nuestro ejemplo de paciencia y tolerancia, no le molesta ni una brisa; le sigue la “doña” Amparo, nuestro soporte, que hacía milagros en la cocina para alimentar a sus nueve vagos (perdón, quise decir vástagos); y a su lado, siempre a su lado, nuestro inolvidable viejo, Manuel “Cureche”, el patriarca de la familia y el hombre más feliz que jamás conocí: sus carcajadas se escuchaban a kilómetros de distancia. Cuánto anhelé llegarle siquiera a los talones, pero nunca pude. Era un gigante. Y luego sigo yo, de quien no tengo nada que decir. Después mi queridísimo hermano “Lucas”, al que también le decimos Marlon y a quien todos queremos mucho porque es realmente especial; al centro y con el brazo enyesado, el impasible Manuelín. Yo creo que se quebró el brazo por andar robando mangos, no me acuerdo. Abajo, sentados de izquierda a derecha: Eric el ‘‘tostón’’, el único gran futbolista de la familia y a quien yo le hacía los exámenes de educación física en la “U” porque sólo era de correr y saltar. Luego sigue la pequeña Auxi, de quien papá decía: “Cuidado con ella, que es una chinche” (enojada), pero sólo era un disfraz. Es tranquila. Luego sigue mi ultraquerida hermana Dalila, esa niña trigueña, a punto de sonreír, se convirtió en una gran mujer. Y por último el “tullido” Fernando, que fue el único militar de la familia, pero que luego cambió el fusil por una guitarra. 

Y así como así, esta foto es una reliquia invaluable para todos nosotros. Histórica, diría yo. 
Bueno, hasta luego. Que estén bien." 


Fausto Arrazola
 (mi viejo)

viernes, 14 de agosto de 2015

Honduras: ¿Qué representa ser estudiante hoy?





Cesario Padilla (*)


Hablar de organización estudiantil en la Máxima Casa de Estudios es similar a mencionar si hay vida humana en el planeta Marte. Se ha convertido en algo desconocido para un gran número de estudiantes, especialmente en los últimos diez años. Tiene su razón de ser: la década de los ochenta, cuando fueron asaltadas las estructuras de gobierno universitario y la Federación de Estudiantes Universitarios de Honduras (FEUH), y la década de los noventa, cuando poco o nada se recuerda de los otrora frentes estudiantiles que, todavía hoy, dicen ser “la voz del estudiantado”.

Bajo ese contexto se instaura una IV Reforma que se vendió como la salvadora del caos y la ingobernabilidad (que siempre hubo) en nuestra universidad. Sin embargo, este proceso sólo sirvió para la creación de nuevas estructuras administrativas; nuevos rostros, pero con las mismas mañas en los puestos de dirección, con la trampa de los últimos cinco años: mejorar la infraestructura de Ciudad Universitaria y descuidar la de los centros regionales, y dejar completamente a un lado el asunto de la academia. La pregunta es, ¿qué pasó con lo referente al estudiantado universitario?

Parece que, en la actualidad, se ha instaurado una nueva forma de vernos como sujetos dentro de la UNAH. Las autoridades gozan de aquel alumno o alumna que sólo llega a sentarse a las aulas; de quienes sólo copian y guardan en su memoria lo que posiblemente les haya interesado. No es extraño, pues como sector mayoritario en población universitaria hemos sido atemorizados por el simple hecho de organizarnos en movimientos independientes y pretender, con ello, impulsar un nuevo proceso de organización estudiantil desde las asociaciones de carrera.

Audiencias de descargo, señalamientos ante la opinión pública, amenazas varias hasta llegar a la expulsión, es la forma en la que se trata al estudiante que simplemente pide —y pedimos— participar en el proceso de reforma universitaria actual. Un estudiantado que propone la instalación de una Asamblea Constituyente Estudiantil (ACEU) para la conformación de una verdadera representación, desde sus verdaderos puestos y cimientos: las asociaciones. Unificar un proyecto a través de la academia, el estudio, la formación política y la consolidación de una ciudadanía consciente; construir una nueva FEUH que responda a las necesidades que la actualidad nos presenta, para sentirnos representados y representadas, escuchados y escuchadas, con nuestra participación, nuestra elección en cada una de las decisiones.

No es seleccionando “de dedo” a unos cuantos estudiantes (valiéndose de su excelencia académica) dentro del Consejo Universitario, que se acabará el problema del estudiantado. No es atropellando el derecho universal de elegir y ser electos que se le pondrá la cereza al pastel. Somos nosotros y nosotras quienes debemos conocer para luego elegir a quienes ocuparán estos puestos en ese órgano de dirección universitaria, o por lo menos hacer valer lo poco que nos dejó la nueva Ley Orgánica que sepultó la paridad estudiantil.

En resumen, el estudiantado de la UNAH —aunque seamos pocos en este momento— va  y trabaja por un proceso de abanderamiento, para tomar el lugar que nos corresponde, para posicionarnos con nuestro pensamiento y nuestro accionar como el sector mayoritario que realmente somos dentro del recinto universitario.

Este proceso no sólo toma su forma en Tegucigalpa, la UNAH en el Valle de Sula desde ya nos deja grandes lecciones, con asociaciones organizadas y la creación de un verdadero órgano de representación, como es el caso de la Federación de Asociaciones de Estudiantes (FAE), sumado al acompañamiento de los diferentes movimientos independientes del ala frentista que agoniza día con día; y ese mismo camino siguen los diferentes centros regionales. Eso es ser estudiante hoy día: asumir un papel de lucha, como una juventud que se involucre, que participe, cuestione y proponga, pues sólo así se dejará huella en los pasillos de una universidad que debe “mancharse de pueblo”.



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 (*) Estudiante de la Escuela de Periodismo, procurador de derechos humanos, miembro de PEN-Honduras y militante del Movimiento Amplio Universitario (MAU).


martes, 28 de julio de 2015

La educación traicionada: el ministro y la rectora




Rodolfo Pastor Fasquelle


Ambos estaban preparados. Eran candidatos idóneos y personas de calidad. Ambos eran (son) educadores profesionales. Aún estuve de acuerdo (pago el costo de seguirlo diciendo) con sus exigencias a los educadores que habían caído en su propia corrupción y anarquía. En un principio, me entusiasmó incluso la gestión del actual ministro Marlon Escoto. Del mismo modo me pareció alentadora la dirección y la disciplina que le imprimió a la educación superior la rectora Julieta Castellanos. Aún hoy defendería muchas cosas que hicieron bien e inspiraron. Enfrentaron la necesidad de reformar, lo que siempre es difícil.

Ambos supieron plantear la reforma a la clase política, de tal manera que los dejaran actuar en forma consistente. Y como consecuencia, ambos tuvieron logros importantes. El principal de los cuales, en el caso de Escoto, fue el inicio de una evaluación sistémica obligada, la limpieza de muchas corruptelas y la disciplina de los 200 días de clase que deben incrementarse en el futuro próximo a 222 (otros treinta días hábiles deben de consagrar los maestros a su propia actualización continuada, a la preparación y a la consecución de mejores condiciones y recursos para su trabajo en el aula.)
La rectora tuvo visión para aprovechar oportunidades de colaboración externa, recuperó cierto liderazgo gremial. En Tegucigalpa, modernizó la infraestructura de la UNAH, que sigue siendo la más importante y abrió nuevas carreras para completar la oferta universitaria. Ambos hicieron supremos esfuerzos por enriquecer sus respectivas instituciones y servir. Pensé que pudiera ser algo más.

A Julieta Castellanos, hace apenas unos meses, la congratulaba incluso en privado por asumir la responsabilidad de apoyo a la cultura, después de que el actual gobierno la abandonara del todo, traicionara a los agentes culturales a los que ya habían desestimado los anteriores y desconociera la obligación del Estado de proporcionarle a su pueblo, desprovisto de otros alcances, servicios culturales, espacios para la cultura, estímulos para la creación, el pensamiento y la reflexión humanista, aunque también ha sido una labor aislada, a profundizar.

Ni la rectora ni el ministro consiguieron resolver los problemas de fondo, de calidad de los servicios que prestan sus instituciones. Aún la educación pública no rebasa el ámbito de la enseñanza memorística. La universidad continúa, en casi todos los campos, siendo una escuela técnica que transfiere conocimientos convencionales. Por ende, el rendimiento en ambos casos sigue siendo bajo. Ni la una ni el otro vencieron o escaparon a su respectiva burocracia. Entiendo que es un proceso.
Aun recién, en el entendido de que su situación era compleja y requería de disciplina y rigor, me sentí obligado a respetar decisiones que ya me parecían polémicas de ambos funcionarios. Pero, finalmente, ambos han estropeado sus gestiones, por aislarse y someterse a las presiones políticas previsibles del gobierno. 

Protesté primero de que Escoto asumiera el autoritarismo de régimen para prohibir las manifestaciones políticas disidentes de  maestros y alumnos, muchos de los cuales simpatizaban con la oposición. No tenía derecho a negarles ese derecho. La libertad de expresión es consustancial a la educación de calidad, que enseña a pensar en forma crítica. Era el momento de recobrar su libertad enfrentada con la contradicción final. De poner su cargo a disposición, explicando su razón de fondo. No pudo.

Ambos, Castellanos y Escoto, han terminado por desvirtuar su propia gestión, contagiados por el estado autoritario en el que tuvieron que trabajar y ante el cual no supieron mantener una autonomía técnica e intelectual. Julieta, mi amiga, (y me duele) ha terminado justificando actuaciones criminales de sus subordinados en aras de protegerlos como instrumentos. Que es lo que hicieron los jefes policiales luego del asesinato de su hijo. Y el colmo, cuando precisamente su labor era protegerlos porque no tiene función sin ellos, acabó por criminalizar la libre expresión de profesores y estudiantes, y por ponerlos en manos de un sistema de justicia que sabe que es perverso.
Ambos son profesionales capaces que pudieron ganarse el pan de cada día en cualquier lado y aspirar a más. ¿Por qué se sometieron sin protesta a las exigencias despóticas de la dictadura? Lo que al final del día no es aceptable ni tuvo sentido es que le vendieran el alma al diablo a cambio de una perspectiva de continuidad. El problema de fondo del sistema educativo es que está sometido a un poder central al que incomoda y que lo desvirtúa.

Hay que sacar una lección práctica y una moraleja. Ningún funcionario aguanta (en el vacío del subdesarrollo) en Honduras, más de cinco años consecutivos al mando supremo de una institución. Y, por otro lado, cuando se reúne tanto poder en la cabeza sobre una diversidad de grandes problemas, hace falta apoyarlo con un órgano colegiado funcional. Así ha funcionado mejor desde inmemorial tiempo el gobierno universitario. Pero en nuestro medio de recursos enrarecidos, esa moraleja aplica para cualquier ejecutivo. Quizá los consejos de ministros, gabinetes ministeriales y consejos universitarios deben condicionar el mando superior y co-gobernar y no ser simples órganos cuasi legislativos y consultivos.

Eso lo debe establecer una ley primaria, así como el derecho efectivo de las juventudes a ser educadas con calidad y eficacia, para la participación social y cívica, para el éxito económico y para la realización cultural de todos y cada uno. La nueva Constitución debe reforzar la autonomía colegiada a la que se podrá exigir ese derecho.

lunes, 22 de junio de 2015

Un poema de Pompeyo del Valle




Amo

Amo la ciudad en que tú vives.

Amo la ciudad en que respiras,
trabajas, hablas, sueñas.
Amo la ciudad en que tú ríes
y lloras con tus lágrimas alegres.

Amo la ciudad en que tú vives.

Amo sus viejos puentes, sus campanas,
sus teatros, sus estatuas, sus jardines.
Amo la ciudad que tú recorres,
que tú acaricias, miras con tus ojos,
con tus ojos que cuando me miraban
besaba yo en silencio con los míos.

Amo la ciudad en que tú vives.

Amo las calles por donde tantas veces
vagué soñando ahogarme en tus cabellos,
morir o navegar en tu sonrisa.

Amo la ciudad en que tú vives.

Amo la ciudad donde tu rosa
perece y se levanta cada día.
Amo el olor a pan en sus mañanas,
la flecha sumergida de sus trenes,
amo sus escaparates con los libros,
los pescados, los quesos y los vinos.

Amo la ciudad en que tú vives.

Amo sus nevadas y sus niños,
amo el río y la barca sobre el río,
amo la torre y el reloj, el aire,
el beso aquel que tú y yo nos dimos.

Amo la ciudad en que tú vives.



(de Ciudad con dragones, 1980)

jueves, 18 de junio de 2015

Selección de poemas de "Estrago que hacen las malditas flores", León Alberto Serret (*)


Meses atrás en una visita que hice a Casa de las Américas crucé la vista con este libro, puesto tristemente en los estantes de libros viejos, y por pura inercia decidí comprarlo sin tener la menor idea de quién era el autor o qué hacía. No me arrepiento. Estrago que hacen las malditas flores es uno de esos libros que, al leerlo, se abandera en tu gusto con el cetro de verdadera poesía.   






Aromas

recordando a Jean-Baptista Grenouille

Huelo a hombre que sufre de un silencio que mata.

Huelo a sábado mustio después de la llovizna.

Huelo a mierda de perro,
a hijo mayor
de Rosa Yéndez y Alberto de los Ángeles...

Huelo a moro emigrante podrido bajo tierra,
a hermanos que envejecen
y a suegro que se queja de su suerte a lo lejos;
a bomba de neutrones,
y a nostalgia y merengue
y zumo de vainilla de los huertos de Oshún
(la madre que me ha dado su obsesión por el sexo
y me enseñó a admirar mi parte femenina).

Mi olfato se emborracha de mixturas disímiles
así como mis ojos se aturden con imágenes
y el oído con música de Mozart o de Lennon...

Nací lleno de olores:
esencias intestinas
que a veces se desarraman provocando mareas:
huelo, por ejemplo,
a jazmín
y aceite de ricino
y palabras que tiemblan al filo de la lengua;

huelo a ganas de echarme sobre pechos rendidos
y clavarle los dientes a un ala de sinsonte;

huelo a criaturas suavez que yacen bocabajo
para que las penetren
con una pinga inmensa de ochenta megatones...;

huelo a pollos del patio amenazados
por el hambre del zorro;
huelo a rabia y pudín de pan, a tíos muertos...

Cualquier persona común y corriente
podría percibir
mi tufo a gasolina
y albahaca
y azufre...

No hay hediondez externa o visceral
que no me pertenezca;
no hay extracto posible que no hierva en mis poros,
ni espíritu o serpiente de nostalgia olfativa
que prescinda de mí...

Huelo a miles de angustias,
a milagro inminente,
a poeta que se agita ante el olor humano
y aspira sólo a oler,
            a oler
y continuar oliendo
hasta el fin de sus días.

Soy como un pobre monstruo
que tiembla arrodillado
ante el olor profundo de las constelaciones.


Presencia del agua
(en el primer día de enero y en cierta ciudad de provincia)

Otro año acaba de entrar en escena
acogido por salvas de cañón, fuegos artificiales
y andanadas de plomo que simulan
extrañas grabaciones de música underground.

Mi madre está a mi lado, mayor que de costumbre,
con sus nudos de agua decapitada
rielando en el petróleo de la medianoche.

El agua de borrajas que supuras,
madre,
y las tantas ausencias
(desgarros de la nada en estado larvario)
sobrenadan en el abrazo mutuo,
o acaso se deslizan hacia el fondo
procurando evadir nuestro contacto.

Te permito que rompas el coco frente a casa
según indica la vieja tradición;
pero a esa, el agua insípida,
la gran sierva potable y lavandera,
no la arrojes, por Dios, déjala con nosotros,
madre,
no la tires; concédele
seguir participando de nuestra intimidad
de arena y limo. Porque, dime:
¿no te has puesto a pensar en el prodigio
de sus pozos múltiples, ni en las tantas tremendas poluciones
con que el agua disuelve los remordimientos
además de las cosas que no hicimos
por pura cobardía, los besos que no hincamos
temiéndole a los celos del ángel tutelar...?

Gracias al agua,
madre,
logramos compartirnos
con el milagro de la fotosíntesis.
Gracias al agua el dolor me ha diluido
a veces (sólo a veces)
por el tibio contorno de tus párpados.
Gracias a ella
los oscuros icebergs arrastrados
por el flujo y reflujo constante de las horas
van a encallar de pronto entre los albañales
y acueductos de luz que hay en mi pecho,
o pasan como góndolas de oro sobre los libros
dejando charcos fértiles por cada contracción
vital, por cada verso...

Gracias al agua,
                madre,
hay criaturas de trapo quemándose en la hoguera
y los niños, nosotros, cantando en derredor
un tierno villancico
casi a la vez católico y profano;
y piñones sagrados, piñones que si cortas
un viernes misterioso
dejarán salir sangre de un Cristo erosionado
por la misma carcoma que erosionó a mi padre;
y soldados de plomo,
vendajes contra el miedo
y el sorbo de café
que te ayudaba a ser como una reina maga
que fabrica juguetes sin mucho en el estómago.

¿No sabes acaso que el agua (esa ala insomne)
en su rigor de líquido elemento
sustituye las flores putrefactas por regueros de líquenes
(líquenes de una rara variedad tropical)
o por algas traslúcidas que fingen espejismos
entre el vaivén sutil del pensamiento,
tan cruel e incomprensible como ella?
Oh cisterna sin formas que se traducen en savia
y acaba saturando la otrora compulsión;
lava casi indolora que fabrica sus piedras
metamórficass sólo para echarlas más tarde
con dolor, por la uretra,
imitando el parto de una tortuga...

Todo eso,
madre,
y muchísimo más que se me escapa.
¿Cómo habríamos entonces de arrojarla a la calle
y negarle sus tantos recipientes domésticos
por culpa de una simple creencia provinciana?
¡No, por Dios, no lo acepto!
Deja el agua en la bilis, en la albúmina,
aquí, junto a nosotros, como al pan,
como al gato,
como al murmullo suave
de cada objeto mínimo
donde el hombre ha dejado su contacto indecible.

Porque el agua es el roce, es la esperanza fluida,
la necia ambivalente que nos da enfermedades
y deshace el hedor a carroña
que sale algunas veces de los cuartos herméticos
así como la imagen mortal que miente y miente
y pretende agobiarnos con un doblaje nítido de azogue
que se mancha y se arruga.

El agua es todo abismo que secunda o mantiene estremecidas
estas tres cuartas partes de ansias y raciocinio.

Y por las venas,
madre,
por las venas (ese esquema vital de regadío,
canales que adoptaron hábitos de raíz)
suben y bajan pececillos redondos,
siguapas con agallas, güijesm recios orichas,
y cangrejos, cangrejos que jamás se detienen
a fecundar los fucos o el sargazo
o a beberse la espuma de secretas riberas
y que siguen coleantes
hacia arriba,
hacia adentro,
siempre,
sin detenerse,
más allá de nosotros...

Escucha,
madre:
si echas afuera el agua, si la echas afuera
por culpa de una simple tradición herrumbrosa:
qué será de la ira del jabón frente al mugre,
qué del invierno afín, si es que se cuela
con sus inusitados chaparrones;
y de las ubres mansas, y del simún de antaño,
y del mundo cubista que pinté sobre el playwood
para adornar el crudo realismo de tu sala.

Deja el agua en nosotros:
que ruede
y que se empoce,
que arda
en la gota de hastío sobre el polvo de enero,
en el trazo de miel, en la añoranza
de líquidos cimbreantes;
en la orina o el pus,
en sudores o en lágrimas,
en el semen y el kama-salida..., en tantas leyes
sin sabor, sin olores,
y en la sangre que rueda por dentro, intransferible...

Anda,
         mamá
(y perdona que rompa tus esquemas):
ve y descorcha la luz
o el vino tinto
y brindemos con todos por el agua.


Si Dios existe

a Chely

Si Dios existe, es hembra y se deshace
como jazmín de carne bajo el beso;
tiene la piel de añil y turbio yeso,
y se hizo para un fuego que lo abrase.

Si Dios existe, es verde y transparencia
lo que naufraga en el mar de sus ojos;
tiene tu voz, tus senos, tus antojos,
tus fuentes esenciales y tu esencia.

Creo tener a Dios entre mis brazos
mientras desato los oscuros lazos,
lo exprimo cuando aprieto tu cintura.

Si Dios es esto, es húmedo y caliente.
Voy a guardarlo en mí, profundamente
preso en mí, desterrado en mi ternura.


Como si se tratara de una letanía

Menos mal que mi mujer huele a violetas
de alguna variedad no identificada.

Menos mal que mi mujer es como un gato
cuando cierra los ojos y mastica
su propia lengua o su pellejo.

Menos mal que mi mujer
            tiene el misterio de los libros
y la justa inocencia de los astros.

Menos mal que mi mujer no sueña con la lluvia
ni que se cae por un precipicio
o que la apuñalean a mansalva...

Menos mal que mi mujer es dueña de los buitres
y de las mariposas                 nocturnas
y del rostro moral de la manzana
que cae sobre el cráneo sempiterno de Newton.

Menos mal que mi mujer tiene unos senos
que caben en el fondo de una nuez
o en un inesperado silencio de dos sílabas.

Menos mal que mi mujer es muy mala cocinera.

Menos mal que mi mujer no es un bazar
lleno de afeites, prendas, antifaces, uñas largas,
sostenes... y todas esas cosas terribles que conforman
la mariconería femenina.

Menos mal que mi mujer sabe ser mi mujer
pero también mi madre y mi padre,
mi cómplice,                   mi hija, mi marido...

Menos mal que mi mujer
existe.


Estrago que hacen las malditas flores 

Nuestro amante espera en un recodo de la noche
embozado: una mano sobre sus labios púrpura,
y los ojos,
como dagas dispuestas para el asesinato.

Nuestro amante se yergue, alto pistilo,
y derrama en sus muslos el polen deleitoso;
cruje envuelto en cascarón de huevo, se desata
y se arroja al vacío. Esgrime el fuete mágico
y se masturba frenéticamente frente a las cámaras.
Ofrece sus encantos por unas míseras pesetas.
Sorbe la droga, sucumbiendo al potro de tortura.

Nuestro amante está ciego: busca a gatas
el polvo, las paredes que lo habrán de guiar
por el largo camino hacia esa puerta
que alguien abrió de pronto en la memoria.

Nuestro amante espera oculto en los resquicios
de la tarde, en su rana aterida bajo el musgo.
Se circuncida con una rodaja de cebolla. Regurgita
como el agujero que se traga el orine de un voyeur.                  

Nuestro amante es esclavo de las cosas morenas
y se ciñe el talle con begonias; en algunos momentos
recuerda los portales de suave penumbra colonial
y esas zonas del puerto donde los adoquines
rezuman pasos húmedos.
                         Se tensa como un arco centaurino                                                                                              
con sus tetillas rojas de fresa cincelada,
con sus nalgas de piedra, con su culo abismal,
con sus recios testículos de bombas de neutrones,
con su semen dulzón y ácido a la vez; él todo:
caballuno, sacrílego, sacrílego y sagrado a la vez,
nuestro amante secreto, nuestro único amante
que espera para hincarnos su insaciable colmillo.




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(*) León Alberto Serret (1947-2000) fue un escritor cubano, poeta, narrador, dramaturgo, editor, artista plástico, guionista de cine, y libretista de radio y televisión. Autor de más de veinticinco libros, está considerado como "precursor y al mismo tiempo una de las figuras clave del significativo grupo de escritores cubanos que comenzaron a ver la luz pública hacia mediados de la época de 1970-80".