lunes, 22 de septiembre de 2014

Comentarios a "Mishima o la visión del vacío"



Mishima o la visión del vacío (1951) es un ensayo de la escritora belga Marguerite Yourcenar en el que se analizan elementos biográficos en torno a la vida de Yukio Mishima. La autora realiza un recorrido por la vida del escritor japonés, y a la vez que se van describiendo los hechos más trascendentales que marcaron la carrera de Mishima, se escudriña la producción literaria para ofrecer una visión más panorámica. La precisión en el manejo de los datos y la objetividad en el análisis no se pierden a pesar del apasionante interés y gusto que Yourcenar tuvo sobre la vida-obra de Mishima. 

Vemos cómo Yourcenar confronta la obra con el artista, y ofrece una reconstrucción cronológica de la aventura expresiva y la estructura psíquica del autor. Recordándonos la teoría de Freud, maneja el análisis en la obra literaria casi como síntoma neurótico en Mishima, y mezcla de manera fascinante la ficción y la realidad, al describir minuciosamente cada obra e intercalar los sucesos más importantes de la vida de Mishima durante los años en que se publicó cada obra. 

La autora parte describiendo cómo su trabajo abarcará tanto al escritor, como al individuo y al personaje que es “esa sombra o ese reflejo que el propio individuo contribuye a proyectar” (Yourcenar, 2003, p. 10, Seix Barral), pero aclara que “la verdad central” se encontrará sólo en la obra. Luego de eso, recuerda algunas anécdotas de la infancia y la juventud de Mishima que son tan reveladoras y que, en su mayoría, se encuentran en el libro Confesiones de una máscara. Mishima —nos dice Yourcenar— nace en Tokyo en 1925, hijo de un empleado de ministerio “considerado como un burócrata moroso” (ibíd., p. 17), y de una pedagoga. Pasó parte de su infancia muy apegado a su abuela, que venía de una dinastía de samuráis, y que padecía una serie de crisis nerviosas que Mishima siendo niño presenció. En palabras de Yourcenar “aquella hada loca puso en él, probablemente, el grano de demencia que antaño se consideraba necesario para el genio” (p.19).

Desde temprana edad se ve fuertemente impresionado con algunas cosas de Occidente. La famosa escena de eyaculación ante una foto de San Sebastián de Guido, y una ilustración de Juan de Arco montada en su caballo son dos imágenes que marcarán a Mishima. No abandona su apego por lo japonés, como la bella imagen del “cosechador del suelo nocturno” o el vendimiador que desciende por la colina al ocaso, creando una especie de sincretismo de los símbolos occidentales y orientales. 

Ya en la juventud, con su novela de principiante, La sed de amar, brotan los impulsos orgiásticos y sensuales que descubre en la pubertad, y que no abandonaron su obra. Su madre se interesa mucho por sus trabajos literarios y lo alienta a seguir. En la edad adulta, tras el éxito de Confesiones de una máscara, renuncia al puesto de burócrata que le había conseguido su padre y dedica de lleno a su carrera literaria. Para subsistir, sin embargo, parte de su trabajo tiene que ser “literatura alimentaria y publicaciones femeninas”. 

Confesiones de una máscara, dice Yourcenar, “nos produce la impresión de una autobiografía tomada a lo vivo”, y ofrece una imagen de la juventud entre 1945 y 1950, con elementos de autismo. Esta fue la obra maestra de Mishima, con la cual se abrió paso como escritor y comenzó una producción literaria del más alto nivel. El personaje central es un muchacho bisexual que se enamora en silencio “y desde lejos, del alumno más adulado y más atlético”. Además, este protagonista tiene una relación con una mujer casada, con la que mantiene encuentros furtivos en los cafés y la calle. Esto “también podría acontecer en París o en Nueva York” dice Yourcenar, como para hacernos ver los elementos occidentales, pero más aún, universales de la obra, que permiten que pueda situarse en cualquier parte del mundo. 

El mar de la fertilidad es una obra en cuatro volúmenes, donde “el contraste entre las duras y puras fuerzas elementales y el lujo pobre de un mundo gangrenado” (p., 44) es uno de los temas torales y, ciertamente, definitorios. En esta obra, considerada casi un testamento, ya la composición, el ritmo y el estilo han cambiado respecto a los trabajos anteriores. Bien nos dice la autora del ensayo: “Nos encontramos ahora ante un estilo desnudo, casi llano, contenido hasta en los momentos de lirismo, estriado con grietas destinadas, al parecer, a hacernos tropezar intencionadamente” (53). El subyacente sentido de reencarnación que rodea toda la tetralogía es, también, uno de los factores más atrayentes.

El primer volumen, Nieve en primavera, recrea la relación entre Honda y Kioyakim, y lo importante aquí es el paralelismo existencial, entre Honda que vive longevamente, y Kioyaki, que muere a los veinte años, “la vida del uno se desmigajará como se ha disipado la vida del otro” (57) sentencia Yourcenar. 

Caballos desbocados, segundo volumen, ya nos muestra a un Honda a los cuarenta años, con una existencia sombría. Sobre esta obra nos dice Yourcenar: “Tal vez es en este duro libro donde se encuentra el más extraño y el más tierno pasaje de toda la obra” (71).

En el Templo del alba, tercer volumen, se da la aparición de la princesa siamesa Ying Chan; y en El ángel en descomposición, volumen final, “la esperanza, y con ella las sucesivas encarnaciones del refinamiento, del entusiasmo o de la belleza, ya han muerto” (79). Para Yourcenar, este ángel que se pudre puede ser el mismo Japón, como símbolo de la catástrofe contemporánea que se vivía en el país por el tránsito hacia la modernidad. Es importante señalar que, la entrega de esta obra a su editor, se da la mañana en que Mishima decide poner fin a su existencia. 

Ahora bien, sobre la causa del suicidio ritual, lo que parece más claro es la obsesiva fascinación por la muerte que tiene el autor. Yourcenar explica que “las descripciones de seppuku (el acto de abrirse el vientre, seguido de la decapitación por el sable de una segunda persona) invaden toda la obra de Mishima. La autora nos dice cómo la muerte de Mishima constituye también “una obra maestra”, que debió ser planeada por el poeta. Tampoco se puede obviar la admiración que sentía por la tradición samurái, y quizá, en conjunto, estas fueron las razones de su suicidio. Todo parece indicar que Mishima deseaba morir, no se sentía satisfecho con su existencia, y como bien dice su madre cuando recibe el pésame de parte de unos visitantes: “No le compadezcan. Por primera vez en su vida ha hecho lo que deseaba hacer” (p.138).

En conclusión, la autora señala una analogía en cuanto al sable y la pluma del poeta. La sangre que corre a causa de una herida de sable simboliza “la sangre del poeta”, o más bien, la tinta con la cual escribe y convierte en un hermoso acto artístico y dramático su propia muerte. Con esto logra sondear completamente ese vacío búdico y, finalmente, abandonar la ilusión del mundo real.

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