jueves, 27 de noviembre de 2008

"Desvelo" de Gilberto Owen





Gilberto Owen fue un poeta nacido en Sinaloa, México, influido por la corriente vanguardista y autor de libros como Perseo vencido (1948) (su mejor obra según la crítica); La llama fría (1925), Novela como nube (1926), Línea (1930), entre otros.
Lo descubrí gracias a Lía, una buena amiga, jipi de las que escasamente existen en estos tiempos y vagabunda eterna y sin remedio, que conocí allá por el año 2004 durante las memoradas andadas y desfaces que viví en ese entonces. Para esas fechas ella me hizo conocer varios escritores mexicanos que no han tenido —en comparación a otros— mucho renombre, o que simplemente una desconoce al estar tan alejada del contexto. Digamos que fue una de las primeras personas que me animó a estudiar Letras. Ella era en esas épocas una "estudiante exiliada" (así se autonombraba) que amaba tanto a su carrera universitaria, su familia y su patria que no podía estar cerca de ellas. Ahora debe estar en México, o quién sabe donde, supongo que borracha en algún bar o algo así. Cuando me prestó Desvelo (primer poemario de Owen, que al parecer fue publicado póstumamente) lo leí, y me gustó tanto que terminé desvelándome. En aquellas épocas no conocía la tecnología ventajosa del clonado y sólo le saqué una copia.

Esta tarde ordenando mis libros y demás papeles encontré en lo más recóndito de un folder la copia. La última vez que lo había leído fue hace unos tres años y desde entonces, a causa del gran desorden de papeles y documentos, supongo que lo daba por perdido, o quizá ya había olvidado su existencia. Desvélense.



I
Pureza

¿Nada de amor —¡de nada!— para mí?
Yo buscaba la frase con relieve, la palabra
hecha carne de alma, luz tangible,
y un rayo del sol último, en tanto hacía luz
el confuso piar de mis polluelos.
Ya para entonces se me había vuelto
el diálogo monólogo,
y el río... Amor —el río: espejo que anda—,
llevaba mi mirada al mar sin mí.
¡Qué puro eco tuyo, de tu grito
hundido en el ocaso, amor, la luna,
espejito celeste, poesía!


II
Canción

De la última estrella
a la primera
fue para oler las rosas.
Vuelta, al revés, del mundo,
abierta la memoria
de la primera estrella
a ti —mujer, idea—,
¿hasta cuándo la última?


III

La noche, que me espía por el ojo
de la cerradura del sueño,
gotea estrellas de ruidos inconexos.
¿Para qué este hilo de aire con ecos?
Ya ningún lápiz raya mi memoria
con el número de ningún teléfono.
Mi mensaje cae conmigo
sin mis miradas, cuerdas de trapecio
suspendido, otros días,
de mi cabeza sobre el cielo.
Y nadie inventa aún al inalámbrico
una aplicación para esto:
uno puede caer cien siglos
—sin una honda agua de sueño,
sin la red salvavidas de una antena—
al silencio.


IV
El agua, entre los álamos

El agua, entre los álamos,
pinta la hora, no el paisaje;
su rostro desleído entre las manos
copia un aroma, un eco...
(Colgaron al revés
ese cromo borroso de la charca,
con su noche celeste tan caída
y sus álamos hacia abajo,
y yo mismo, la cabeza en el agua
y el pie en la nube negra de la orilla.)
Llega —¿de dónde?— el tren;
corazón —¿de quién?— alargado,
oscuro y próspero, la vía
nos lo plantea = algo
más allá del alcance de los ojos.
Terremoto: llorando demasiado
los sauces salen del camino
como mujeres aterrorizadas.
Incendio: la luna, viento frío,
arrastra el humo de las sombras
hasta detrás del horizonte.
En el bosque, con tantos mármoles,
no queda sitio ya para las ninfas:
sólo Eco, tan menudita,
tan invisible y tan cercana.
Sólo una memoria sin nexo:
"cuéntalas bien
que las once son".
Luego el castigo de la encrucijada
por el afán de haber querido
saber a dónde llevan todos los caminos:
1, al pueblo; 100, a la ciudad; 1000, al cielo;
todos de ti y ninguno a ti,
a tu centro impreciso, alma,
eje de mi abanico de miradas,
surtidor exaltado de caminos.


V
El recuerdo

Con ser tan gigantesco, el mar, y amargo,
que delicadamente dejó escrito
—con qué línea tan dulce
y qué pensamiento tan fino,
como con olas niñas de tus años—,
en este caracol, breve, su grito.


VI
Palabras

Sólo tu palabra,
río, deletreada,
repetida, agria.
Sólo las estrellas
—solas— en el agua
y despedazadas.
¡Ya viene la luna!
Río, despedázala,
como a tu palabra
el silencio, como
la noche a la amada,
río, por románticas.


VII
Ciudad

Alanceada por tu canal certero,
sangras chorros de luces,
martirizada piel de cocodrilo.
Grito tuyo —a esta hora amordazado
por aquella nube con luna—,
lanza en mí, traspasándome, certera,
con el recuerdo de lo que no ha sido.
Y yo que abrí el balcón sin sospecharlo
también, también espejo de la noche
de mi propio cuarto sin nadie:
estanterías de las calles
llenas de libros conocidos;
y el recuerdo que va enmarcando
sus retratos en las ventanas;
y una plaza para dormir, llovida
por el insomnio de los campanarios
—canción de cuna de los cuartos de hora—,
velándome en sueño alto, frío, eterno.


VIII
Desamor

¡Qué bosque —cómo oprime— tan oscuro!
Ganas de sacudir los árboles
para que caiga aquella luz
que se quedó enredada
entre las ramas últimas.
—Ella se quedaría, esclava,
trémula entre los dedos de Josué,
detrás del horizonte, sin remedio—.
¡Luz de ayer, luz de ayer,
lluévete, vertical, a mi memoria!
¡Rompe las rejas de los troncos,
horizontal luz de mañana!


IX
Adiós

Todo este día corrió
el tren por mi pensamiento.
Toda la noche su sirena
rayará mi desvelo.
Y no poder imaginar
el vértice hipotético
en que se une la vía, tan lejano.
Nunca, nunca podré beber el sueño
en la confluencia amarga de su grito
y mi sollozo, siempre paralelos
y persiguiéndose,
toda la noche, en mi desvelo.


X

Tierra que la guarda ahora
—montoncito de tierra
y un poco de savia en los árboles—.
Ramas sin marzo, sin viento,
metálicas, más de luna
que de árbol, casi de alma.
Esta vez no ha quedado nada
del día en mi mirada.
Noche demasiado lírica.
Ella estará aquí más presente
—viéndome completo—
que yo la creo sólo
puñadito de tierra
y un poco de savia en los árboles.


XI
Soledad

Soledad imposible conmigo tan aquí
y mi memoria tan despierta.
Y además la plegaria
por la estrella perdida, tan sin luz,
por Blanca de Nieves, dormida
nube con luna en su ataúd de cielo,
y por el campo, ese hospiciano prófugo
que equivocó la senda y se tiró,
ya cansado, a la orilla del camino,
desesperando de llegar al pueblo.
Y hay también las canciones perdidas
que no se sabe nunca quien cantó;
y esta correspondencia sin palabras
de ojos a estrella, de alma a luz de luna.


XII
Adiós

El pañuelo de espumas
del rompeolas me lloraba, ¡adiós!,
y en la noche aquel grito —aquella estrella—,
¡ven! Y mi corazón que era sólo
un temblor que cantaba, en medio,
y de mi hondura, hacia la nada,
ya sin mis ojos, yo.
Y mi nombre escrito en la arena,
y tu ascensión, luz, lumbre, sobre el mar;
luego de allá, lejos, la onda,
de aquí, de mí, la sombra
que todo lo borraban.
El mar dormía
como nunca, y como si fuera
ya para siempre, sin mi alma.


XIII
Tranvía

A esta hora ese telegrama amarillo
ya sólo trae malas noticias:
un hombre, yo, tan agobiado...
¡Cómo abre —¡qué lívida!—
sus ventanas, leyéndolo, en mi casa!


XIV

Corolas de papel de estas canciones.
Se abren cuando al alba
nocturna de la lámpara
rompe a cantar ociosa
la ternura enjaulada entre los dedos.
Se cierran cuando Venus matutina
cae desprendida de su rama,
aún no madura y ya picoteada
por el frío el alba verdadera.


XV
Romance

Niño Abril me escribió de un pueblo
por completo silvestre, por completo.
Pero yo con mi sombra estaba
haciendo sube y baja
en balanza de aire, a la ventana,
y el pasado pesaba más,
y se divulgó aquella carta
al caer a pasearse al bulevar.
Señor policía el cielo,
yo no hice aquel verso, no,
que la estrella que veis ahogada
sola a mi espejo se cayó.
Camino incansable, automóvil
para poetas, siempre a cien
kilómetros, y río que se va;
el cenit viene con nosotros,
el horizonte huye sin fin.
Niño Abril me escribía: "En junio,
ya no flor y no fruto aún,
¿qué prefieres, el pan o el vino?"
—Yo prefiero el vino y el pan,
y ser a la vez yo y mi sombra,
y tener cabal todo el campo
en mi árbol del bulevar.
Señor policía el viento,
yo no ando desnudo, no,
que la sombra que veis llorando
de un sueño mío se cayó.


Final

Palabras oscuras, que entonces
me parecían, ¡ay!, tan claras.
Hoy me estaría aquí pensando
hasta el alba, desesperadamente,
sin arrancarles un sentido:
¡tan de otro me suenan,
tan lejanas!
En cambio ésta aún no modulaba
que en mí dirá una voz innata,
¡qué desnuda la siento,
qué nueva y ya qué conocida!
Está en mí —y en ti, libro,
como un recién nacido en el regazo
frío de este silencio, este cadáver,
hoy, de aquellas palabras.



Nota: Estoy cansada, pues lo tecleé todo :(

domingo, 23 de noviembre de 2008

Un poema de Alexis Ramírez

VII
Oda a una calle

Se me estrujulan sílabas
de anhelo en el recuerdo del mañana
porque aún es tiempo
de saber que faltan
muchos siglos
para que pueda la osamenta mía
ver crecer las raíces desde abajo.

Bajas
por la Leona
hacia El Chile
y llegas a la piedra
"más bella del universo"
nuestra piedra, amorcito extrañecido.

¿Cómo? ¿Cómo no amarte
si la luna, a 384,403 kilómetros de tu ser,
refleja la luz de tu mirada?


(de Cuenta regresiva y otros poemas)

lunes, 27 de octubre de 2008

Un poema de Gioconda Belli




Evocación a la magia


¿Te encontraré, Mago?
¿Alguna vez volveré a llorar
con la cara escondida en las rodillas?

¿Alguna vez volveremos a los aeropuertos
sin salas de espera
de donde salíamos como pájaros
prendidos del tiempo y de la última mirada?

¿Volveré a dejarte solo la última noche del año,
saliendo detrás del portazo con mis libros,
o viajaremos cómplices en el secreto,
amándonos y odíándonos,
sentados en una terraza
bajo los fuegos artificiales?

¿Te veré acaso cuando otra vez regrese de alguna parte,
llorando el amor mojado de la desesperación,
contándote que yo pensaba ser Sherezada de tus noches
para que nunca me cortaras la cabeza?

Te encontraré, Mago, en un día sin citas,
sin premeditación,
entre los corteses de tu calle o la mía,
con esta misma nostalgia prendida en la punta de los dedos,
doliéndome las ganas de romper el hechizo que nos hicimos,
el tiempo que desconstruimos
-no vernos para sabernos lejos-
mientras el ojo que no engaña
te refleja en todas las vidrieras de la vida,
en los charcos, las bujías, el cansancio,
en las noches que paso con tu fantasma a cuestas,
ese que me ama
como un loco suelto en media Revolución,
para siempre jamás,
para siempre, Mago,
para siempre.




(de La costilla de Eva)

sábado, 4 de octubre de 2008

Juegos surrealistas






¿Qué es tu cabello?
Es un pedazo de orilla verde amarrado a la calle.

¿Qué es el edificio frente a nosotros?
Es un hombre vestido de blanco, tirado en el pasto y tarareando el sueño de una noche de verano.

¿Qué es el silencio?
Es una gota de agua que cayó en la hoja y corrió la tinta.

¿Qué es el camino que andamos?
Es un loco tocando las cuerdas de un árbol viejo y calvo.

¿Qué es la multitud?
Es una vela encendida en el centro del puerto donde todos los pájaros corren a curar su gripe y su dolor de garganta con mentas, eucalipto y té de mar endulzado por cangrejos.

sábado, 27 de septiembre de 2008

"Ulises", Edilberto Cardona Bulnes

"Edilberto Cardona Bulnes"
Retrato de Mario Castillo



El aire. El de Ulises. Sus blancuras. Por el aire de Ulises Odiseo
navegando intermundos. Las cajas. Odisea del pájaro.
Los bloques. Es lo mismo. Oes, úes, aes.
Poseidón y su música. Lea Ulises su espuma. Voluntades
en autopsia. Oxida hasta la nieve. Hunde sus oboes. Y por ternos
van hojeando las olas soledades, soledades. Resistencia
en fosfatos y sodio. Oiga Ulises su música. Oquedades
donde el agua no ve su transparencia. El tiempo no abandona.
Cipreses enraizándose en acuarios, rodeándonos.
Océano nos sigue. El espacio aumenta su límite.
Un beso como un astro. Y no consigue tiempo. Mi espacio.
Mi lenguaje hasta donde me cierra su tempestad. Sobo
mis sienes como pasear un sepia por la tarde de un ciego.
Los dioses contra. La abeja repitiendo sus hexágonos.
Soy su sombra. No conozco más cámaras. Son mi viaje.
Esmeralda tiene invierno. No me han vencido.
El recuerdo, sus armas. La canción, su jardín, sus equinoccios.
Sudo. Si en el olvido han firmado sus acuerdos contra mi corazón.
La luna da su espalda. El sueño nos envuelve y desenvuelve.
He visto amigos que Circe volvió cerdos. Su rueda, su diamante.
Los cerdos no saben mis abrigos, mercenarios de las sombras.
No deja tallar el fuego su topacio. La vajilla del aire.
Vivo la muerte sin testigos muriéndome de vida.
La de ojos de lechuza no viene a volar sobre mí.
Quiero una mano sin guante. O al menos, habitado.
No hay firmamento encima de la espuma que uno tiene.
Bajo los hongos no existen las constelaciones ni las palomas.
No viene ya por eso la de ojos de lechuza
que ayer ayer contiene tanto me rescató de los rastrojos.

Así la diferencia en que consisto. Suma de resta. Los pájaros no vuelven.
Siempre están. Sobre el mundo en su rama de silencio abren su palacio.
Hay que salir para hallarlos. Adentro. No en la tierra o de la tierra.
Son a ella desde que aparecen. Siempre. Antes del canto la canción.
En caballos y toros resisto el pecho de las olas.
No salvarse para no condenarse. La numancia de la rosa.
Cuando acabe la cólera termino. Y paf, los impuestos.
Entregar el testuz, dar la pequeña para herrarla, ser manopla.
El corazón tiene la culpa de ser virgen y su condena es mantenerse.
No. Calipso no embruja mis corceles. Arre, arre caballos, arre toros.
Resistir hasta las pieles, a empujar amapolas. En ristre los pescuezos,
las colas y crines como dardos, palos, piedras, la guerra es sin cuartel
contra las olas. La guerra es sin cuartel. Febo lo sabe.
Sin descanso me siguen amapolas fluyendo el corazón que ya no cabe,
sin que acabe en la tarde la batalla que día a día sigue,
sin que acabe otra recua que venga de repente por aquí, por allá,
y así me halla la de manos de rosa.
El tridente buscando mi planeta, el aliento que pájaro callando
primavera mi frente. La malva, la uva, violeta donde siento.

He bebido los zumos de mi ausencia.
El corazón completa su contorno por arriba.
No se sabe el centro de la cruz. El hombro, si lo siente, no lo sangra.
Pero al pasar por octubre el pecho que se abre desde fines de junio
queda abierto definitivamente y el peso de la luz deshace el ocaso.
Me duele la armonía que escuché contra el palo en ataduras
sin poderme soltar. Lo deseaba por rozar su recuerdo.
Las hojas ya han caído cuando caen. No hay asesinatos.
Cómo matar muertos, vivos. En uno vivificación o muerte.
No hay resurrección. Antes de llegar la alondra está esperándose.
Mis magnolias no pueden abrirse las cerraduras del traspatio.
Estoy en acto con la muerte. Traigo mis sustratos a sus pisos
de tinta, de papel, ladrillos, de toda clase de material,
de soledades, de noches donde vierte el sexo su vigencia desde el Hades.

Bien dura lo que un fósforo. ¿Pero cuánto fuera del reloj?
Salí cuando el sonido. Y en mí caen de un golpe las edades.
Bien vuela pájaro de mar, tocando las almenas del aire.
Pero hasta dónde llega el pájaro en un pecho.
Yo sé bien que tu cuerpo en otra dimensión
tiene luminosidad de relámpago.
No sé cómo es así en el día en que hiciste la luz
y nací en tu mundo. Supe por tus ojos lo que era.
El agua habla la misma lengua en toda la tierra
como el dolor en su camino.
Caen mis ojos a la sal y mi lengua lame maderos.
Cae mi voz. Me oigo llamando sombras.
Vivo burla de héroes y olvido de dioses.
¿Dónde están, dónde el que ayer juntaba las palomas?

Las cosas dicen algo de uno y nos extienden sus dedos de coherencia.
El plomo y la mano de luto hablan lengua de ellos
en una gramática sin dificultades. La oscuridad de sus palabras
es así como la claridad de las palabras de una novia
a su ramo de canarios. La ciudad tiene voz de los desaparecidos.
Cielo sobre cielo. Mi sombra comprende vidas que no he vivido.
Mías. Las agrupa de tiempos. No me deja.
Pues si Odiseo soy y no el que fui, soy mi conciencia.
Y si el cuerpo de Eolo Aquileo no respira, por mi bosque.
Mis muertos miran por mis ojos, primavera y otoño no son de la tierra.
Es para ellos. Se la pasan. La esencia viene, va, cambia de vaso
y ve por los postigos de la casa con llave.

Parto de cadáver. Mi cementerio donde vuelven las briznas.
Sólo en mí mi distancia. Mi infierno. Mi demonio.
La estructura del cíclope rodeando la pecera.
Arriba van los astros.
Cruza Apolo haciendo obedecer bestias de fuego.
Polifemo volvió con pupila de oro, hambre, sed de vida,
mermelada de niños, corazones, vino de arte, té de los que llegan.
La inocencia en la esquina de la nieve tocando la canción que no asoma.
Con sus ojos sin marco un mundo que no es. La caída de los ramos
con sus dedos de aceite. Siente pasar, de él, su alianza con el plomo.
La plomería de cuartel en cuartel el aire va murando.

Mi sangre doy donde me huye ese mar que no es mar.
El águila en el vuelo se deshace y en la sombra del vuelo se construye
sin que la toquen los dardos. La de afuera se complace
en sugerirse como la espuma habla del mar. La palabra
que es abono del aire. Columna de Atlas. Mano que despeina la muerte.
Llega al trono de Zeus y los ojos de Urano abre en sí misma.
Llevo una ballesta donde se apaga y se enciende mi mar.
Monto un caballo que se embriaga de lo que me hace y me destruye.
En baba dejo un grito. Llega a esto que es
y que no cierra sus puertas más allá de la azucena.

El número ya estaba. La mirada sin órgano. La música en su círculo.
Morada de la cifra. Adentro la hoguera del águila. Afuera
cada águila a su cáliz. Primavera del cosmos. La esquirla
que se araña a la roca. A veces finge ser lo que no, y vuela,
o como punta de puñal entre los ojos brilla.
Sí de luz. Plumón. Flirteo de la llama. De Afrodita
la anémona. Por ella. Cuando Adonis sangró vino la rosa.
El hilo cambia aguja. ¿O es el hilo que cambia?
Mariposa de Siquis, siempre. ¿O no?
Zeus estruja las nubes y se va. ¿Se va? ¿No ha estado nunca?

¿Y entonces? Helios empuja un crepúsculo más.
Las imágenes cambian. ¿No? ¿No son? El número en su orden
que se ve en el columpio. ¿Se ve? ¿Esplendor o resplandor?
Orfeo acaso pudo por la lira llegar hasta la flor.
Vienen las gaviotas. Yo en mi tabla.
Voy en mis ondas. Todo es tiempo. Los días pulsaciones de vísceras.
Movimientos de Cronos. Son las edades en el tiempo. No camina.
¿Y cómo, y adónde? En mi conciencia oigo su latido.
Gota a gota mi elemento cae en la argolla de agua.
Icosaedro que hostiga la pirámide del fuego y el cubo de la tierra.
El anillo crece y separa mundos.
El agua es la que lleva mi tabla. Coordino albatros y arrecifes.
Mi caballo lejos de la grama. Rompe mis telones
golpeando entre incendios, y halándose los cascos
alto brinca el templo de los mirtos.
Salgo hacia acá. Rozo arcones de nostalgia, vitrales que deseo salvar
ante el acoso del tridente que busca mi agua.
Sigo en mis astillas donde lejos es cerca. Dónde Helios, no sé.

La tortuga en Anábasis. Espada de mil filos con arqueros detrás.
Mundo del plomo. Plomo en uniforme de fatiga odiando siempre
porque sí. A dios Ares la inocencia de los toros.
Primavera se sorprende mirando cómo aumentan los torreones.
Le asquea tanto casco. Flechas buscando derribar a Helios.
El hombre suda, duerme, come, y al copularse se quita el adjetivo.
Después el frío, el asco, la caída, volver a juntarse de las hojas.
Miente, teme, supone la estatura. No está en él.
Regresa por su oído, su tacto, su gusto y no enreda vista ni olfato.
Arde su sal. Vence a Cancerbero. Él. Suyo el Sísifo del rayo.
Bufa Minotauro. Brama en cintura el deseo de Sátiro.
Mide planetas. La que ama las sonrisas, Afrodita, tierra de cielo,
burla de marfil, reverbero de plata, trance de nácar,
mueve a Sátiro y a Fauno en el asilo del que padece
cornadas en las sienes, las ingles. Labio de oreja a cuello,
a boca, a pezón. La mano crece de la nuca a los glúteos
y al abrigo de los senos. Los dedos por el mundo delineando horizontes.
Mareas de esmeralda, rubíes, topacios, horno ardiendo
que al corazón suspende dejándolo cicutas o narcisos.
Y entre saltos y vados el corazón se exrumba. Dos doncellas
se enlazan en la grama con acuerdo de Eros. y dionysos
dos efebos sorprende tras las hojas pecho a pecho su mundo inaugurando,
y les da sus viñedos. Sonríe Minotauro. Y en lasitud de pelvis
va a la siesta a soñar en los senos de la brisa. La mariposa
atisba. Llega a su almohada de sedad, de silencio, paz, olvido.
Le toma la flor que ha conseguido con sus astas de plata,
y entre el asta de filos sobre alfombras burla la salida.
Si se hiere la sangre le constela su lamento, fertiliza los campos,
y bebiendo cristal habla en el idioma de los dioses.

Duele no sangrar. Confundir los gestos con las poses
en la selva que embiste con sus vientos de cal,
plomo insistiendo en que llegue a besarle la camisa o sea cama,
mesa, silla, aro, rueda ignorando las horas de los vientres,
la lengua de los muertos, los silbidos con que se entiende él mismo
pisoteando la nieve, la queja del palomo seguido por halcones de muralla.
Hay horas de caer en geología de catacumbas. Garfio del para qué del sueño.

Desencanto de la imagen. Aldaba sin puerta.
Pedestales del buitre ante el huerto que miman los gorriones.
Si es a lo mismo. Criptas, sepulcros, mausoleos, nichos, fosas, tumbas.
Mariposa lo sabe. Entre cascos, ligas, larvas, reptiles del abismo, lucha
en restaurar los huesos, llenar el ánfora, abrir la casa para el aire y el sol,
para esperar a Helios, y aun la jauría que se sucede como el mar.

He andado mis canteras. ¿De otros viajes? Mi cabello se orienta a lo que vino
sin saber desde cuándo. El astro se licúa hasta las ramas del Otoño.
Los pies de luz lo sienten los rizomas más allá del trasfondo
como un vuelo de nardos y duelen las estrellas
hasta que más no puede el sentimiento que cae en sensación
como si faltara el mundo, como si jamás ni el aire estuvo allí.
Vibra el alba y resumen, principio y desarrollo. Cada jazmín
es nota de lo que añora el mar y las noches sudando. Salto y vuelo
en soledad y claridad y pasos que al regresar al polvo penan muerte
por no haber instrumento que diga esa alborada,
sólo anhelo de volver a volar aves de nieve.

La venida del perfume avanzando los árboles resumen un aire de hilandera
mirando el horizonte. El regreso al dedal, al volumen, la masa,
los nombres de las telas. La alegría del árbol y del pájaro allá arriba.
Las hojas y las nubes, el cálculo, cerco lo que es. Aquello
que no se hospeda en cubos lo sabe la pupila tras el párpado.
Todas las dimensiones son de una dimensión de principio.
Todo círculo es punto que en su búsqueda se une.
Si no se conocieran los delfines no pudiera saberse que la cuna
la tienen en su imagen. La luz y la trasluz
cuando toca en la rosa los sepulcros escucha la apertura de la otra.

Hay rosales que suben del infierno. Y en los barcos de un niño
se exilan del reloj. Huyen del frío navegando su agua en golondrina.
Los círculos de luz, la ligadura de sangre, la armadura del óvulo,
los espinos floreciendo palomas, la música del astro, del naranjo,
caminos en un pétalo, ojo oyendo tonos de los prismas, pupilas viendo trinos
levantar su jardín sobre abandonos. Los escudos de la sal,
las construcciones de los espermatozoides, las acuarelas del recuerdo,
la palabra, su teúrgia, premisa, liturgia, presagio,
su creación tan antes del milagro, muy antes de la luz. Esto y lo demás,
los argumentos del sueño, la inocencia y la sonrisa,
aún ante los rayos sin más rumbo de herir y derrumbar la madrugada.

Aquí peno el gozo de ser yo. Quemar el aceite.
Coger una burbuja de música, un pistilo de luz, una miga
de amor que cayendo de la mesa el corazón la huele, lame, come.
Se muere de vivir. Muriendo de lo que amo
aquí me tengo allí vela de muerte. Mudada que sin dicha
un marinero llevó bajo la lluvia. Porque vengo me voy.
Penélope me alumbra. A sus pies anclaré nauta siempre,
y en su pecho donde he velado mis uvas
entraré mendigo de mí mismo. Corifeo de olas, de viento.
Abandonaré mi equipaje hasta llegar a ella
sin nada más que yo. Por fin: yo.



miércoles, 17 de septiembre de 2008

Carta de odio/amor

Me volveré un ser asexuado...,
y me arrancaré el corazón, y me lo comeré.
Así no sufriré más.

Te sacaré de mi cabeza (cosa que no puedo ni cagando) pero allá en un rinconcito te mantendré guardada..., aunque sea para tenerte de repuesto cuando vengan nuevas quejas y no encuentre con quién desquitarme.

Me dedicaré a la botánica o a investigar el origen de los hongos.

Mutaré a los insectos, creando una nueva raza de chupa cabras...
Robaré fetos de laboratorio y crearé un gen autoflagelante para no ser la única idiota que cada vez que está deprimida se flagela sola.

Puede que me dedique también a estudiar la energía nuclear, y después cree una bomba de neutrones, plutonio e iridio. Y extermino a toda la raza humana, quedando sólo nosotras dos.
Y así no tengas otra opción que quererme sólo a mí.

O simplemente me dedicaré a esperar por esos milagros que nunca se dan, y sólo quedan parchados en los ojos...


En fin. Me descompensé.


Adiós.

jueves, 14 de agosto de 2008

14 de agosto


El cuento es muy sencillo:
Usted nace,
contempla atribulado
el rojo azul del cielo,
el pájaro que emigra,
el torpe escarabajo
que su zapato aplastará
valiente.

Usted sufre,
reclama por comida
y por costumbre,
por obligación,
llora limpio de culpas,
extenuado,
hasta que el sueño lo descalifica.

Usted ama,
se transfigura y ama,
por una eternidad tan provisoria,
que hasta el orgullo se le vuelve tierno
y el corazón profético,
se convierte en escombros.

Usted aprende
y usa lo aprendido
para volverse lentamente sabio,
para saber que al fin el mundo es esto,
en su mejor momento una nostalgia,
en su peor momento un desamparo
y siempre, siempre
un lío.


Mario Benedetti

(Los últimos dos versos, mejor los quito)
Feliz cumpleaños :)

sábado, 21 de junio de 2008

Crónicas sonambulescas


Sin embargo, a medida que pasaban los días, vio que no bastaba con palabras perogrullescas y/o pomposas, así pues no tuvo otra salida que arengar a la tropa de pelafustanes que lo acompañaban.

"¡POESÍA O MUERTE!" gritó entonces un voluminoso Vikingo; "Autosugestión o muerte", cantó un músico ecologista; "Sueños realizados o muerte", susurró un delgado David con talla de Goliat; "Utopía o muerte", escribió en los baños el Poeta.

Sólo entonces empezaron a trabajar a pierna suelta.

Y ahí siguen, convencidos de que deben vivir para aprender y aprender para vivir (mientras la poesía se impacienta en los cuadernos). "¡Muy fácil es hablar y muy difícil hacer, muy fácil es destruir y muy difícil construir!" -exclama de vez en cuando el Poeta-, no apesadumbrado sino feliz de estar en el bando de los que empujan, de los que dan la cara, de los que todavía sueñan...


Edgar Allan García


lunes, 2 de junio de 2008

Nostalgia

























































"Nunca voy a ningún sitio.
Nunca veo a nadie...

(...)
Conoces grandes romances,
sin besos,
sin nada en absoluto.
¡Muy puro!
De ahí lo grandioso.
Los sentimientos.
Los sentimientos no hablados.
Son inolvidables." 

Andréi Gorchakov

sábado, 22 de marzo de 2008

Fragmento de "Al faro", de Virginia Woolf


"...sentada en el suelo, abrazada a las rodillas de la Señora Ramsay, se apretaba lo más posible contra ella y sonreía al pensar que su anfitriona nunca sabría el motivo de aquella presión, y se imaginaba cómo, en las celdas de la mente y el corazón de la mujer en contacto físico con ella, se hallaban, como los tesoros de las tumbas de los reyes, tablillas con inscripciones sagradas que, si uno fuera capaz de deletrear, se lo enseñarían todo, pero que nunca se ofrecerían abiertamente, nunca se harían públicas. ¿Qué arte había allí, accesible tan sólo al amor o a la astucia, gracias al cuál se conseguía el acceso a aquellas celdas secretas? ¿Qué procedimiento para, gracias a una fusión inextricable, pasar a formar parte del objeto adorado, a la manera de las aguas que se confunden dentro de un recipiente? ¿Podría lograrlo el cuerpo, o la mente, realizando mezclas sutiles en los intrincados pasadizos del cerebro, o del corazón? ¿Acaso el amor, como la gente lo llamaba, podía hacer un solo ser de ella y de la Señora Ramsay? Porque no era conocimiento, sino unión lo que ella deseaba, no inscripciones en tablillas, nada que pudiera escribirse en idioma alguno conocido de los hombres, sino la intimidad misma, que es conocimiento, tal como ella la había sentido al apoyar la cabeza sobre la rodilla de la Señora Ramsay… "