sábado, 25 de enero de 2014

La mujer, espejo del hombre

Virginia Woolf, Roger Fry.


Para ambos sexos –y los miré, abriéndose camino en la acera- la vida es ardua, difícil, una lucha perpetua. Exige coraje y fuerza gigantesca. Más que nada, criaturas de ilusión como somos, exige confianza en sí mismos. Sin esa confianza somos como niños en la cuna. ¿Y cómo elaborar con más rapidez esa imponderable calidad, que sin embargo es tan preciosa? ¿Pensando que los demás valen menos que uno? Pensando que uno tiene alguna innata superioridad sobre los demás: dinero, o rango, o la nariz recta, o el óleo de un abuelo por Romney –porque los artificios patéticos de la imaginación del hombre no tienen fin. De ahí para un patriarca que debe conquistar y gobernar, la importancia enorme de sentir que muchísima gente –medio género humano en verdad– es por naturaleza inferior a él.

(…)

Hace siglos que las mujeres han servido de espejos dotados de la virtud mágica y deliciosa de reflejar la figura del hombre, dos veces agrandada. Sin ese poder el planeta sería todavía ciénaga y selva. Faltarían las glorias de todas nuestras guerras. Todavía estaríamos garabateando formas de ciervos en despojos de huesos de carnero y canjeando pedernales por cueros de ovejas o por cualquier adorno sencillo que halagara nuestro gusto incontaminado. No hubiera habido Superhombres ni Dedos del Destino. El Tsar y el Kaiser no hubieran usado coronas ni las hubieran perdido. Los espejos, aunque tienen otros empleos en las sociedades civilizadas, son esenciales a toda acción violenta y heroica. Por eso Napoleón y Mussolini insisten con tanto énfasis en la inferioridad de las mujeres, porque si ellas no fueran inferiores, ellos no serían superiores. Eso en parte explica lo necesarias que son las mujeres al hombre. Y explica lo nerviosos que estos se ponen bajo la crítica de aquéllas; la imposibilidad de que una mujer opine que tal libro es malo, o tal cuadro es flojo, sin provocar más resentimiento y más ira que si opinara un hombre. Pues si ella quiere decir la verdad, la imagen del espejo se encoge; su capacidad vital disminuye. ¿Cómo puede seguir haciendo justicia, educando salvajes, dictando leyes, escribiendo libros, vistiendo de etiqueta y discurseando en banquetes, si no se puede ver a sí mismo en las horas del almuerzo y de la comida, agrandado dos veces?

Un cuarto propio
 II capítulo

No hay comentarios:

Publicar un comentario