Ramón A. Hernández Torres (*)
Esta expresión es el caso típico donde las palabras entran en juego con un significado convencional o limitado y lo llenan plenamente, en primer lugar, por su emisor, su intención e impacto que quiere provocar en los oyentes; en segundo lugar, el contexto tanto histórico como social, específicamente, pre-electoral, en el que adquiere su verdadera dimensión, alcance y carga semántica por su implicación, lo que no se dice pero está detrás de las palabras, se presupone.
Esta frase vista neutralmente, aislada, sin emisor, receptor, ni contexto es, de por sí, desafiante y retante, si expresa esto, el interlocutor está implícito o, es “alguien” a quien se desafía, reta y se alude de manera directa a Libre. Pero quién expresa esa frase también se muestra desafiante y exhibe una imagen de fuerza y poder y, sólo quien tiene la certeza de tenerlos la dice porque no arriesga su imagen al no ser inconsecuente con su acto de habla de incumplir su compromiso después; pero también esto plantea una relación asimétrica entre los interlocutores en la que únicamente aquel que está en una posición de superioridad puede expresarla (el poderoso) y el otro (si no es desafiante) quedar advertido; sin aditamentos como tono y ademanes gestuales la expresión en sí, es amenazante. Pero también –como reacción espontánea- la expresa únicamente quién por el acto o acción probable del otro, siente amenazado su poder e imagen.
Juan Orlando, entonces, expresa esa frase: “Voy hacer lo que tenga que hacer”, como presidente del Congreso Nacional y por su investidura como tal le da una significación mayor como desafío y amenaza puesto que detenta un poder institucional (además del Congreso, el Ministerio Público, la Corte Suprema y el Tribunal Supremo Electoral) y fuerza represora (Policía Nacional, Policía Militar, Tigres y FFAA) concentrados en su persona, esto lo sabe, está consciente y, por tanto, dice la frase sabiendo lo que quiere que se entienda con toda su intención.
Con esta expresión el candidato nacionalista culmina su calculada tarea de labrarse un perfil de “valiente”, “desafiante”, “retador” y, en fin, una especie de “Juan sin miedo” desde que asumiera la presidencia del Congreso Nacional con miras a candidatearse por su partido. Primero se distanció de los grupos de poder económico, desprestigiados con y por el golpe de Estado y apoyó al presidente Lobo Sosa en todo lo que fuese necesario para lograr cierta gobernabilidad en el país como la conformación del Poder Ejecutivo con todos los partidos, la salida al exilio de Zelaya Rosales y su posterior retorno mediante el Acuerdo de Cartagena; esto ubicó al binomio Lobo-Hernández en una derecha moderada al surgir un sector radical opuesto a todo esto (por eso, Lorens siempre se obsesionó en crear artificialmente una izquierda moderada para que el FNRP apareciera como radical (esto no cuajó porque el método de acceso al poder es lo que mejor define la radicalidad), papel al que muy solícito acudió el FAPER ya que la UD no le sustraía el poder de la calle a la resistencia); una vez resuelta esa tensión a favor de Lobo-Hernández porque la otra posición, nacional como internacionalmente, era torpe e inviable; pasa al segundo momento: desafiar a los grupos de poder y, sobre todo a los dueños de su partido, consciente que entre presionar para negociar y obtener su apoyo, la confrontación, como opción era más rentable a nivel de coste-beneficio político.
Con esa estrategia, Juan Orlando emula a Zelaya Rosales, este es su imagen en el espejo que compulsivamente quiere ver reflejada para tener la misma estatura política de Xiomara Castro de Libre, de allí que a la Resistencia Nacional nos robe –o, por lo menos vaciarla semánticamente- nuestra cojonuda y corajuda consigna gritada ante las bayonetas: “Nos tienen miedo porque no tenemos miedo” pero con ella, él se dirige a liberales, cachurecos, incluso independientes, militantes de Libre, a que regresen porque ya tienen un “valiente”; pero el efecto ha sido nulo porque no es lo mismo hablar por hablar sin arriesgar el pellejo. Ante ello, entonces, solo le queda el recurso desesperado de quien se siente acorralado, la amenaza.
Puesta en contexto, “voy hacer lo que tenga que hacer” es una expresión puramente discursiva, pero en la práctica política de quien la declara, que ya mostró su capacidad inescrupulosa de actuar propio de un dictador: tiene un antecedente en su narrativa discursiva: ya sucedió el evento de la aprobación de la Ley de las Ciudades Modelo –que la Corte declara inconstitucional porque violaba nuestra soberanía nacional –insiste con testarudez y la cambia a Ley de Redes de Desarrollo Social, pero antes se asegura y destituye a los magistrados que se opusieron; y para no hacer larga la lista, aprobó la creación de la Policía Militar, todo esto, con la oposición del pueblo hondureño, incluso la opinión internacional; los oyentes, entonces, conectan esos antecedentes e infieren con ese conocimiento natural del lenguaje que: “La eficacia del discurso performativo que pretende hacer realidad lo que enuncia en el mismo acto de enunciación es proporcional a la autoridad del que enuncia” (Pierre Bourdieu, 2008: 115).
Aunque la frase que analizamos surja y tenga un significado original en el contexto de la creación de la Policía Militar, ilegal y violatoria de las normas internacionales en materia de seguridad, adquiere una mayor carga semántica en el contexto general pre-electoral; es como si saltase de un escenario a otro y esa “expansión contextual” lo logra el emisor con la machacona propaganda de sus spots publicitarios en los que repite su intolerante frase “voy hacer lo que tenga que hacer” que ya sobredimensionada tiene dos implicaciones: pospuesta la a) y antepuesta la b):
a- …si no gano las elecciones
b- Si no votan por mí...
En la implicación a) gano las elecciones implica Libres y transparentes y si eso no es posible: “voy hacer lo que tenga que hacer”; en la implicación b) votan por mí implica la mayoría, si eso no ocurre “voy hacer lo que tenga que hacer” como se constata: en lenguaje popular el hombre gana porque gana, lo que en un proceso electoral normal es tan probable ganar como perder, sin embargo, en este contexto significa ganar o ganar o, más categórico ganar a como dé lugar.
Reforzada por los antecedentes de la práctica antidemocrática, autoritaria y dictatorial del candidato gubernamental que ya está en la mente de los oyentes es fácil que infieran esas implicaciones y al mismo tiempo estén procesando su reacción que es incierta dado el conflicto mental que se crea porque en la propaganda política la norma es la persuasión y el convencimiento para la adhesión a una causa y no la amenaza, ya que las primeras se construyen con argumentos y propuestas y la amenaza solo genera incertidumbre, ansiedad y, en fin, violencia. ¿Qué imagen proyecta el candidato oficialista, en una mano ofreciendo el bono 10.000 y en la otra, un garrote?, antes que todo una estrategia de campaña completamente errática.
Expresiones como esta tiene diferentes significados e impactos dependiendo de los receptores (Libres e independientes), el nivel de conciencia política y de clase; para los simpatizantes con menor compromiso político esto les genera temor y los inmoviliza, para los militantes de la resistencia no los amedrenta, por el contrario, los interpela a actuar, entonces Juan Orlando –siguiendo la concepción conductista de estímulo-respuesta– presupone: uno, la conciencia de los primeros (simpatizantes) y la generaliza como homogénea a toda la resistencia y, dos, que toda la resistencia reaccionará en la dirección esperada, la desmovilización y la abstención electoral.
La respuesta contraria a esa expresión nunca se espera ya que su emisor es anti dialéctico aunque la realidad histórica inmediata ya lo haya demostrado: el movimiento de Resistencia, masivo e imperecedero, en contra del golpe de Estado y la movilización gigantesca del 5 de julio del 2009 pese a toda la campaña de terrorismo mediático impuesta por la propia boca-ventrílocua de los altos jerarcas religiosos no menguó, todo lo contrario. Un búmeran es lo esperable ya que la mente del hondureño se resiste a la opresión y actúa bajo otra ética.
Cuando la clase política pierde “la mente y el corazón” de un pueblo la base de sustentación de su hegemonía empieza a desplomarse ya que “…la subversión política presupone una subversión cognitiva, un cambio de visión del mundo” Bourdieu (op. cit.: 124) y un golpe de timón, inteligente, audaz y contundente será suficiente para darle jaque mate al rey.
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(*) Docente e investigador hondureño. Doctor en Lingüística Teórica por la Universidad Nacional de Heredia, Costa Rica. Miembro de Número de la Academia Hondureña de la Lengua y miembro correspondiente de la Real Academia Española.
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