miércoles, 16 de mayo de 2012

Fragmento 31-III de "Jonás, fin del mundo o líneas en una botella"



Edilberto Cardona Bulnes en 1990.


Hoy sé, Muerte mía, que eres como eres.
Qué pies tan limpios, tan dulces, de lactante, y tan firmes.
Qué bellas manos tienes
tan de beso en estas mis golpizas, y cómo de pequeñas en mis siete alegrías
cada cincuenta años. Recién lo sé. No han sido mis ojos los mirados por mis ojos.
Han sido vistos por tus ojos desde los míos, en silencio.
—Ojo, en este idioma,
faz sin boca. No sin palabra—.
Tengo el sabor de tus labios y soy de tu color.
Desde cuándo sin darme cuenta. Y cómo tardas
para dejar ver tu alunado perfil. A veces,
gatito azul, dejas pasar mi angustia por tu delicadez. En Sunam, una tarde,
me hablas, y te ignoro, pero me con-mueves,
a través de la tarde como siempre
en cruces de caminos. Siempre despedida
y bienvenida siempre. No puedo
pensar sin pensarte, vivir sin vivirte,
ser sin serte. Eres como de dura luz.
Yo tu papel, tu tinta, tu escrito, tu escribano y tu lector.
Escrito de Muerte yo.
Yo lector de Muerte.
Leyendo me logro tu escritura, mariposa negra, pues al leer
soy escribano tuyo
transcribiéndome mi olvido.
Lector tuyo leyéndote mi vida. Lectura mía y escritura tuya.
Habrás roto la pluma por no escribirme nunca,
sobreleyéndome, instransleyéndome
en tu mano,
sólo con la vista, cuando, en sangre, me hubiste escrito con un dedo.
Tú, Muerte, eres el escritor.
Me dejas ante mis manos, artista, tu obra,
obra tuya a mis manos para abrirme otro mundo,
tuyo siempre en espíritu, en espíritu tuyo
quedándome vívidamente mío hacia tus manos.
En tus manos, tuyo, encomiendo mi espíritu.
Y sé que estás y estoy contigo entrando y saliendo por esta sola
y misma puerta judiciaria
color de tiempo, de nada, y rotativa
sobre tu camino y mi camino rojos
que congruentes se borran en un púrpura ahora
como túnel acá de escarcha y aquí de fuego.
No hay aquí más palabra que tu palabra mía, en estas manos mías,
oprimiéndotemela
hasta lastimarnos, desgarrarnos,
desangrarnos boca a boca a mordidas.
Qué rojo rastro nuestro.
Dame tu mano más y dame más de tu capa.
Hay mucho viento en contra
y mucha nieve encima.
Ay el rojo jinete y el bermejo caballo,
piafando en el aire y la gran espada en alto,
y alazanes más y caballos más rojos.
Ay el negro jinete en el caballo negro,
piafando en el aire y la balanza en alto.
Ay Isaías, Ay Ezequiel,
profetiza sobre estos huesos fúlgidos, pues,
¿qué es esto, Job, si no intermitente cementerio?
Luces, verdes, brasas, salen de esta tierra de muerto,
de todas estas casas, tumbas de la tierra de los muertos, de lo muerto, 
región de los perdidos,
reino de las sombras, de sombras de las sombras,
de la sombra, mundo de la tiniebla,
tumbado, expulsado, proscrito, maldito de donde no se sale,
donde no asoma el día,
donde no llega el alba,
donde nunca habrá aurora,
donde la noche cunde, hunde, traga,
caído, abandonado, finado, tenebroso,
final priscal eterno sin bordes ni fondo
de cuadrúpedas, ánimas errantes,
manchadas,
—oh. OH. OH.—
donde, sin ser registrado en los vivos
ni señalado en los muertos,
no en tribunal de vivos
no en tribunal de muertos
para vivos o muertos, antes de ser escrito
se es borrado de unos y de otros, sin culpa, juicio ni sentencia,
en plenario, en sumario de guerra,
en unánime plebiscito siniestro,
en absoluto tribunal oscuro,
inalterable, inapelable, inexorable;
puesto en atmósfera tóxica,
en paredón de fusilamiento interminable,
sin tiro de gracia,
condenado a cadena perpetua
absurdamente en muerte a ser reo de muerte bajo absurda muerte.
Y nada. Sólo estas luces, estas brasas,
verdes, esputos, charcos, manchas de hiel,
de pus, arriba, abajo, en todas partes,
chorreando, taladrando; sólo estas fieras
fosforescencias píricas, tantas, pero tantas,
que es día boca abajo la noche
y noche boca arriba el día.
La luz horizontal no deja ver la vertical
del claro de noche. Blancos, blanquísimos cadáveres cómo vienen
y van sin oír a los muertos, sin hablar a los vivos.
Los muertos me hacen hablar.
Los vivos, escribir.
Cuando Cristo escriba lo hará en la tierra.
El polvo es el único que sabrá la escritura.
Ah, Omega, tan exacta, tan próxima,
la única prójima de la realidad.
Ay, Xi, ustoria cruz en sexo,
si aquí tu gutural se linguodentalizara,
la cruxifixión de primavera convidaría
a la roja pascua de verano.Y tú, Alfa,
sales del polvo para volver al polvo.
¿Habrá un liceo aquí para el corazón?
Aquí se es sitio, tronco, piedra donde estar,
no con quien estar. Me puse barandas.
Y secreto es el paso. Vamos. Subamos
esta escarpa. Hay mucho estiércol
embotando cascos relucientes.
Infinidad de cascos embotados.
Ay, que van a ras de nuestra cabeza
como si galoparan en el aire empujando
lo oscuro, a coces, a relinchos.
Voy a cerrar mi corazón. No quiero que la noche entre más.
¿Y si a pesar de todo después viniera la estrella de David? A saber.
Aquí nunca se supo nada.
Aquí sólo muerto se pudo vivir,
partido. Aquí lo de un tal por cual, un cierto
Racías, en Macabeos 2-4:
echarse sobre la espada,
arrojarse del muro, levantarse, correr
entre la muchedumbre y erguirse
sobre la roca, exangüe, y arrancarse
las entrañas con ambas manos y arrojarlas
contra la tropa. Señor Señor,
re-vívenos.

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