"Edilberto Cardona Bulnes"
Retrato de Mario Castillo
El aire. El de Ulises. Sus blancuras. Por el aire de
Ulises Odiseo
navegando intermundos. Las cajas. Odisea del pájaro.
Los bloques. Es lo mismo. Oes, úes, aes.
Poseidón y su música. Lea Ulises su espuma. Voluntades
en autopsia. Oxida hasta la nieve. Hunde sus oboes. Y por
ternos
van hojeando las olas soledades, soledades. Resistencia
en fosfatos y sodio. Oiga Ulises su música. Oquedades
donde el agua no ve su transparencia. El tiempo no
abandona.
Cipreses enraizándose en acuarios, rodeándonos.
Océano nos sigue. El espacio aumenta su límite.
Un beso como un astro. Y no consigue tiempo. Mi espacio.
Mi lenguaje hasta donde me cierra su tempestad. Sobo
mis sienes como pasear un sepia por la tarde de un ciego.
Los dioses contra. La abeja repitiendo sus hexágonos.
Soy su sombra. No conozco más cámaras. Son mi viaje.
Esmeralda tiene invierno. No me han vencido.
El recuerdo, sus armas. La canción, su jardín, sus
equinoccios.
Sudo. Si en el olvido han firmado sus acuerdos contra mi
corazón.
La luna da su espalda. El sueño nos envuelve y
desenvuelve.
He visto amigos que Circe volvió cerdos. Su rueda, su
diamante.
Los cerdos no saben mis abrigos, mercenarios de las
sombras.
No deja tallar el fuego su topacio. La vajilla del aire.
Vivo la muerte sin testigos muriéndome de vida.
La de ojos de lechuza no viene a volar sobre mí.
Quiero una mano sin guante. O al menos, habitado.
No hay firmamento encima de la espuma que uno tiene.
Bajo los hongos no existen las constelaciones ni las
palomas.
No viene ya por eso la de ojos de lechuza
que ayer ayer contiene tanto me rescató de los rastrojos.
Así la diferencia en que consisto. Suma de resta. Los
pájaros no vuelven.
Siempre están. Sobre el mundo en su rama de silencio
abren su palacio.
Hay que salir para hallarlos. Adentro. No en la tierra o
de la tierra.
Son a ella desde que aparecen. Siempre. Antes del canto
la canción.
En caballos y toros resisto el pecho de las olas.
No salvarse para no condenarse. La numancia de la rosa.
Cuando acabe la cólera termino. Y paf, los impuestos.
Entregar el testuz, dar la pequeña para herrarla, ser
manopla.
El corazón tiene la culpa de ser virgen y su condena es
mantenerse.
No. Calipso no embruja mis corceles. Arre, arre caballos,
arre toros.
Resistir hasta las pieles, a empujar amapolas. En ristre
los pescuezos,
las colas y crines como dardos, palos, piedras, la guerra
es sin cuartel
contra las olas. La guerra es sin cuartel. Febo lo sabe.
Sin descanso me siguen amapolas fluyendo el corazón que
ya no cabe,
sin que acabe en la tarde la batalla que día a día sigue,
sin que acabe otra recua que venga de repente por aquí,
por allá,
y así me halla la de manos de rosa.
El tridente buscando mi planeta, el aliento que pájaro
callando
primavera mi frente. La malva, la uva, violeta donde
siento.
He bebido los zumos de mi ausencia.
El corazón completa su contorno por arriba.
No se sabe el centro de la cruz. El hombro, si lo siente,
no lo sangra.
Pero al pasar por octubre el pecho que se abre desde
fines de junio
queda abierto definitivamente y el peso de la luz deshace
el ocaso.
Me duele la armonía que escuché contra el palo en
ataduras
sin poderme soltar. Lo deseaba por rozar su recuerdo.
Las hojas ya han caído cuando caen. No hay asesinatos.
Cómo matar muertos, vivos. En uno vivificación o muerte.
No hay resurrección. Antes de llegar la alondra está
esperándose.
Mis magnolias no pueden abrirse las cerraduras del
traspatio.
Estoy en acto con la muerte. Traigo mis sustratos a sus
pisos
de tinta, de papel, ladrillos, de toda clase de material,
de soledades, de noches donde vierte el sexo su vigencia
desde el Hades.
Bien dura lo que un fósforo. ¿Pero cuánto fuera del
reloj?
Salí cuando el sonido. Y en mí caen de un golpe las
edades.
Bien vuela pájaro de mar, tocando las almenas del aire.
Pero hasta dónde llega el pájaro en un pecho.
Yo sé bien que tu cuerpo en otra dimensión
tiene luminosidad de relámpago.
No sé cómo es así en el día en que hiciste la luz
y nací en tu mundo. Supe por tus ojos lo que era.
El agua habla la misma lengua en toda la tierra
como el dolor en su camino.
Caen mis ojos a la sal y mi lengua lame maderos.
Cae mi voz. Me oigo llamando sombras.
Vivo burla de héroes y olvido de dioses.
¿Dónde están, dónde el que ayer juntaba las palomas?
Las cosas dicen algo de uno y nos extienden sus dedos de
coherencia.
El plomo y la mano de luto hablan lengua de ellos
en una gramática sin dificultades. La oscuridad de sus
palabras
es así como la claridad de las palabras de una novia
a su ramo de canarios. La ciudad tiene voz de los
desaparecidos.
Cielo sobre cielo. Mi sombra comprende vidas que no he
vivido.
Mías. Las agrupa de tiempos. No me deja.
Pues si Odiseo soy y no el que fui, soy mi conciencia.
Y si el cuerpo de Eolo Aquileo no respira, por mi bosque.
Mis muertos miran por mis ojos, primavera y otoño no son
de la tierra.
Es para ellos. Se la pasan. La esencia viene, va, cambia
de vaso
y ve por los postigos de la casa con llave.
Parto de cadáver. Mi cementerio donde vuelven las
briznas.
Sólo en mí mi distancia. Mi infierno. Mi demonio.
La estructura del cíclope rodeando la pecera.
Arriba van los astros.
Cruza Apolo haciendo obedecer bestias de fuego.
Polifemo volvió con pupila de oro, hambre, sed de vida,
mermelada de niños, corazones, vino de arte, té de los
que llegan.
La inocencia en la esquina de la nieve tocando la canción
que no asoma.
Con sus ojos sin marco un mundo que no es. La caída de
los ramos
con sus dedos de aceite. Siente pasar, de él, su alianza
con el plomo.
La plomería de cuartel en cuartel el aire va murando.
Mi sangre doy donde me huye ese mar que no es mar.
El águila en el vuelo se deshace y en la sombra del vuelo
se construye
sin que la toquen los dardos. La de afuera se complace
en sugerirse como la espuma habla del mar. La palabra
que es abono del aire. Columna de Atlas. Mano que
despeina la muerte.
Llega al trono de Zeus y los ojos de Urano abre en sí
misma.
Llevo una ballesta donde se apaga y se enciende mi mar.
Monto un caballo que se embriaga de lo que me hace y me
destruye.
En baba dejo un grito. Llega a esto que es
y que no cierra sus puertas más allá de la azucena.
El número ya estaba. La mirada sin órgano. La música en
su círculo.
Morada de la cifra. Adentro la hoguera del águila. Afuera
cada águila a su cáliz. Primavera del cosmos. La esquirla
que se araña a la roca. A veces finge ser lo que no, y
vuela,
o como punta de puñal entre los ojos brilla.
Sí de luz. Plumón. Flirteo de la llama. De Afrodita
la anémona. Por ella. Cuando Adonis sangró vino la rosa.
El hilo cambia aguja. ¿O es el hilo que cambia?
Mariposa de Siquis, siempre. ¿O no?
Zeus estruja las nubes y se va. ¿Se va? ¿No ha estado
nunca?
¿Y entonces? Helios empuja un crepúsculo más.
Las imágenes cambian. ¿No? ¿No son? El número en su orden
que se ve en el columpio. ¿Se ve? ¿Esplendor o
resplandor?
Orfeo acaso pudo por la lira llegar hasta la flor.
Vienen las gaviotas. Yo en mi tabla.
Voy en mis ondas. Todo es tiempo. Los días pulsaciones de
vísceras.
Movimientos de Cronos. Son las edades en el tiempo. No
camina.
¿Y cómo, y adónde? En mi conciencia oigo su latido.
Gota a gota mi elemento cae en la argolla de agua.
Icosaedro que hostiga la pirámide del fuego y el cubo de
la tierra.
El anillo crece y separa mundos.
El agua es la que lleva mi tabla. Coordino albatros y
arrecifes.
Mi caballo lejos de la grama. Rompe mis telones
golpeando entre incendios, y halándose los cascos
alto brinca el templo de los mirtos.
Salgo hacia acá. Rozo arcones de nostalgia, vitrales que
deseo salvar
ante el acoso del tridente que busca mi agua.
Sigo en mis astillas donde lejos es cerca. Dónde Helios,
no sé.
La tortuga en Anábasis. Espada de mil filos con arqueros
detrás.
Mundo del plomo. Plomo en uniforme de fatiga odiando
siempre
porque sí. A dios Ares la inocencia de los toros.
Primavera se sorprende mirando cómo aumentan los
torreones.
Le asquea tanto casco. Flechas buscando derribar a Helios.
El hombre suda, duerme, come, y al copularse se quita el
adjetivo.
Después el frío, el asco, la caída, volver a juntarse de
las hojas.
Miente, teme, supone la estatura. No está en él.
Regresa por su oído, su tacto, su gusto y no enreda vista
ni olfato.
Arde su sal. Vence a Cancerbero. Él. Suyo el Sísifo del
rayo.
Bufa Minotauro. Brama en cintura el deseo de Sátiro.
Mide planetas. La que ama las sonrisas, Afrodita, tierra
de cielo,
burla de marfil, reverbero de plata, trance de nácar,
mueve a Sátiro y a Fauno en el asilo del que padece
cornadas en las sienes, las ingles. Labio de oreja a
cuello,
a boca, a pezón. La mano crece de la nuca a los glúteos
y al abrigo de los senos. Los dedos por el mundo
delineando horizontes.
Mareas de esmeralda, rubíes, topacios, horno ardiendo
que al corazón suspende dejándolo cicutas o narcisos.
Y entre saltos y vados el corazón se exrumba. Dos
doncellas
se enlazan en la grama con acuerdo de Eros. y dionysos
dos efebos sorprende tras las hojas pecho a pecho su
mundo inaugurando,
y les da sus viñedos. Sonríe Minotauro. Y en lasitud de
pelvis
va a la siesta a soñar en los senos de la brisa. La
mariposa
atisba. Llega a su almohada de sedad, de silencio, paz,
olvido.
Le toma la flor que ha conseguido con sus astas de plata,
y entre el asta de filos sobre alfombras burla la salida.
Si se hiere la sangre le constela su lamento, fertiliza
los campos,
y bebiendo cristal habla en el idioma de los dioses.
Duele no sangrar. Confundir los gestos con las poses
en la selva que embiste con sus vientos de cal,
plomo insistiendo en que llegue a besarle la camisa o sea
cama,
mesa, silla, aro, rueda ignorando las horas de los
vientres,
la lengua de los muertos, los silbidos con que se
entiende él mismo
pisoteando la nieve, la queja del palomo seguido por
halcones de muralla.
Hay horas de caer en geología de catacumbas. Garfio del
para qué del sueño.
Desencanto de la imagen. Aldaba sin puerta.
Pedestales del buitre ante el huerto que miman los
gorriones.
Si es a lo mismo. Criptas, sepulcros, mausoleos, nichos,
fosas, tumbas.
Mariposa lo sabe. Entre cascos, ligas, larvas, reptiles
del abismo, lucha
en restaurar los huesos, llenar el ánfora, abrir la casa
para el aire y el sol,
para esperar a Helios, y aun la jauría que se sucede como
el mar.
He andado mis canteras. ¿De otros viajes? Mi cabello se
orienta a lo que vino
sin saber desde cuándo. El astro se licúa hasta las ramas
del Otoño.
Los pies de luz lo sienten los rizomas más allá del
trasfondo
como un vuelo de nardos y duelen las estrellas
hasta que más no puede el sentimiento que cae en
sensación
como si faltara el mundo, como si jamás ni el aire estuvo
allí.
Vibra el alba y resumen, principio y desarrollo. Cada
jazmín
es nota de lo que añora el mar y las noches sudando.
Salto y vuelo
en soledad y claridad y pasos que al regresar al polvo
penan muerte
por no haber instrumento que diga esa alborada,
sólo anhelo de volver a volar aves de nieve.
La venida del perfume avanzando los árboles resumen un
aire de hilandera
mirando el horizonte. El regreso al dedal, al volumen, la
masa,
los nombres de las telas. La alegría del árbol y del
pájaro allá arriba.
Las hojas y las nubes, el cálculo, cerco lo que es.
Aquello
que no se hospeda en cubos lo sabe la pupila tras el
párpado.
Todas las dimensiones son de una dimensión de principio.
Todo círculo es punto que en su búsqueda se une.
Si no se conocieran los delfines no pudiera saberse que
la cuna
la tienen en su imagen. La luz y la trasluz
cuando toca en la rosa los sepulcros escucha la apertura
de la otra.
Hay rosales que suben del infierno. Y en los barcos de un
niño
se exilan del reloj. Huyen del frío navegando su agua en
golondrina.
Los círculos de luz, la ligadura de sangre, la armadura
del óvulo,
los espinos floreciendo palomas, la música del astro, del
naranjo,
caminos en un pétalo, ojo oyendo tonos de los prismas,
pupilas viendo trinos
levantar su jardín sobre abandonos. Los escudos de la
sal,
las construcciones de los espermatozoides, las acuarelas
del recuerdo,
la palabra, su teúrgia, premisa, liturgia, presagio,
su creación tan antes del milagro, muy antes de la luz.
Esto y lo demás,
los argumentos del sueño, la inocencia y la sonrisa,
aún ante los rayos sin más rumbo de herir y derrumbar la
madrugada.
Aquí peno el gozo de ser yo. Quemar el aceite.
Coger una burbuja de música, un pistilo de luz, una miga
de amor que cayendo de la mesa el corazón la huele, lame,
come.
Se muere de vivir. Muriendo de lo que amo
aquí me tengo allí vela de muerte. Mudada que sin dicha
un marinero llevó bajo la lluvia. Porque vengo me voy.
Penélope me alumbra. A sus pies anclaré nauta siempre,
y en su pecho donde he velado mis uvas
entraré mendigo de mí mismo. Corifeo de olas, de viento.
Abandonaré mi equipaje hasta llegar a ella
sin nada más que yo. Por fin: yo.