sábado, 10 de mayo de 2014

Poemas de "Cuaderno de testimonios", José Luis Quesada




Imágenes

El autobús se aleja
entre árboles desgarrados.

El oleaje barre a fondo
la placita: chorrea
un banco solitario.

El ecuánime adobe
y la viga en flexión:
nada se oculta a la tristeza
de pupilas enormes.

Íntimo zumba el mosquerío
en la penumbra del hogar.


Ojos que han visto

Allá verdaderamente sólo hay polvo.
Las callejuelas más tristes del mundo
y los árboles más silenciosos
es allá donde están.

Los perros que aúllan de noche
nosotros los hemos oído.
Allá se echó a perder la juventud.
Allá las hojas caen brutalmente.


Junto a las blancas sábanas

Junto a las blancas sábanas que se secan al sol,
en el patio dorado, bajo la parra,
piensa en su vida que se acerca al fin.
Cierra los ojos ante la espantosa claridad del verano.

Ha recorrido medio mundo el viejo.
El mundo que sólo es grande cuando uno lo recuerda.

Después de todo, debió quedarse en casa.
Rodeado por el mar tibio y los muchachos
hubiera conservado la idea de un ámbito infinito.

Irrevocable es la esperanza. Al hombre pertenece.
Pero en las noches la ventana se hiela.
La tierra gira llena de seres y de cosas intocables.

Sin sobresalto pasa las horas. Triste.
Charlando con las visitas, bromeando.
Y los niños le esconden los zapatos
para que no salga a la calle a beber:
no hay una forma de dignidad
con qué encarar el tiempo?

Las cercas polvosas, el verano
y la súbita frescura (todo tan hermoso):
este pueblito por el cual se divorció de su primera mujer
porque no podía vivir sin el olor de su tierra:
todo esto lo atormentó en aquellos hoteles baldíos,
lo atormentó de día en el metro hacia el Bronx.
Soñaba con una vejez tranquila
junto a las cercas polvosas y los madriados en flor,
una vejez que se pareciera a la vida.

La primera vez que pensó seriamente en la muerte
tenía treinticinco.
Era su cumpleaños. Y lo felicitaron.
Él sollozó porque cayó en la cuenta:
había que morir, era la cosa.

Desde entonces durmió con los ojos abiertos,
esa mala costumbre.


Plenitud

Toco esta luz, su borde conocido,
acaricio la línea de esta luz
que es la del mundo: siendo la pasión
que sube de la calle y me estremece.
No estoy solo y es alta la ventana
el espacio en que vivo y donde rozo
el hombro de una cálida mujer
que hace más bello el mundo y sus criaturas
terrosas y queridas.
Me aproximo a su vientre (donde el hijo
crepita y aletea, libertad demandando)
y siempre emocionado
miro sus ojos, bellos de borde a borde.
Su sonrisa se abre como una
cola de pavo real, la estoy mirando.
Su presencia es como un alcohol en llamas
que irisa y risa mis papeles.
Hoy en mi pecho siento la poesía,
no importa que mañana o al cruzar
esa puerta la muerte nos sonría
(porque la muerte está viviendo mucho,
hace agosto con niños y rosales,
se oyen detonaciones a lo lejos).
La beso una vez más, con esperanza,
y a la calle salimos mano a mano.


La memoria posible

Esto acaba de un golpe:
te llevarán a un cuarto húmedo
sin retrete
te obligarán a dormir sobre tus excrementos
entonces oirás mi voz
oirás que me llamo
se harán presentes todos tus recuerdos
pero no escuches los lamentos
de los endebles asesinados
que aun ahora no tienen lugar fijo
y extrae del espanto de esos días
toda la cólera posible:
no olvides que desafiaste a la policía
porque no quieres ser guardián del orden público
de eso se trata y ya estuviste preso
en esta y en otras prisiones del país
y en las cuarterías donde se pudrió tu niñez
tu vida ha sido una prisión sin límites
has caminado muchas noches
y no llegaste nunca de una pared a otra
sabes lo que vendrá
la fórmula es sencilla:
te matarán esta misma noche
o te pondrás en libertad tiempo después
conociendo las cosas
hablemos de la broma mortal
que les gastarás al salir
lo otro no necesita comentario.