viernes, 4 de enero de 2013

La poesía de Rebeca Becerra



Rebeca Becerra es probablemente mi poeta favorita de las últimas generaciones. Así que vamos a ponernos filosóficas. Sobre las mismas piedras, su primer libro, se publicó en 2004. Sobre él, Amanda Castro, quien se encargó de preparar el prólogo, nos dice:
“Colmados de un fuerte nihilismo, estos poemas parecen completamente arrebatados de esperanza; sin embargo, la escritura de los mismos, su vital existencia, nos demuestra que quizá no todo está perdido (…). Así la piedra que cimienta la existencia es la misma piedra que la da…”

Siguiendo a Bachelard, la poesía de Rebeca Becerra tiene un fuerte vínculo con los elementos. En este trabajo ella adopta las voces de una poeta telúrica, una forma amarrada a la tierra. Todos los espacios recolectados entre páginas nos conducen a los suelos (la casa, la ciudad, las calles y las piedras), y a lo largo de todo el libro las voces poéticas “caminan, recorren, circulan…”. 

Pero ya en su segunda obra todo da un giro: Las palabras del aire (2006) representa para mí una joya. Si la lectura del primer libro captó mis sentidos de forma increíble, cuando pude leer el segundo, me maravillé. Aquí, Rebeca da un salto y se lanza a los aires, y de forma huidobriana presenta una obra conceptual, aérea. Ella mantiene un soliloquio con la muerte —sin embargo, desde un fuerte plano vital— y, desde abajo hacia arriba, evoca el recuerdo de alguien; en muchos momentos pareciera que se convierte en diálogo, pues se presiente y se siente la voz de, en primera instancia, su padre (es la referencia directa, según Helen Umaña), pero también de Eduardo, que se hace presente en ciertos rincones del libro (o al menos mis lecturas me incitan a pensar eso).

Creo que para entender la propuesta poética de Rebeca Becerra necesariamente hay que leer sus títulos en orden cronológico. He llegado a pensar, en muchas ocasiones, que de forma sagaz, Rebeca amalgamó su mensaje, su voz poética, desde la escritura de la primera letra de Sobre las mismas piedras, a la última frase de Las palabras del aire. 



Poemas de Sobre las mismas piedras





Hace falta

Cierro la puerta
la casa se amará en silencio.

A cada paso el sol me aguarda
bajo mis pies no puede tocarme.
Voy naciendo
palpo el polvo de mi cuerpo
cavo surcos con mis dedos
el hombre aún no me conoce
no se conoce
no es tiempo.
Hace falta llegar al mar
y despedirse
traspasar
dejar huella
volver a cavar surcos
hacer un hueco para que crezca un ojo
que observe el otro lado de la vida.


Río interminable

La tarde cae de la tierra
día tras día
como una rutina de notas ciegas
parece el final de un camino
donde nuestra sombra canta
bajo la sombra de los edificios.

El sol tiembla
sus dientes se hunden en mi espalda
frente a mis ojos
todo
se confunde en un río interminable.


Instante

Disfrazada la ciudad de lluvia
comenzó  a llorar
fue la hora en que pasaron
las garzas
iban tristes
manchadas de sol
las alas.


El color de la madera

Llego 
encuentro las sombras
aferradas a las cosas desesperadamente
hurgando su centro
su esencia
queriendo arrancarles
lo que no llevan dentro.

Ya no determino
cuál es el principio
y el final de cada una

Desaparece 
la última vocal de nuestros poros.

El último grito.
La última palabra.

El último dolor de hombre
queda sumergido
en el hermoso color de la madera.



Poemas de Las palabras del aire 





*
Quiero morir como un hombre
me dijiste
mientras la muerte como un faro alumbraba tu camino
y asaltaba tus palabras en el aire.

Entraba la noche en tus ojos
-lodo de cementerio-
a mí se me derretían los dientes
con el ácido de las lágrimas que me tragaba.

Afuera era el mundo: un canasto de naranjas
un puñado de sal en una diminuta mano que crecía
un sexo de fuego que explotaba en unos labios.

Afuera era el mundo.

Los hombres sólo mueren como vos
te respondí:
limpios y ligeros
como espigas de trigo que se clavan en los besos
pero el viento se llevó tu viento.




*
Soñé los torbellinos de una pequeña cabeza
una mujer que entre mis brazos se convertía en gacela.

Yo tocaba su boca color del fuego
y ella quemaba mis dientes con sus labios;
todo sin juntar nuestras bocas.

Inmediatamente apareció esta sombra que me hierve
en las venas
y me dolió la piel como si no fuera mi piel.



*
Sólo tu cuerpo, solo,
entrando en la sangre de la tierra,
acumulando las huellas que se le escapan al sol.

Sólo tu cuerpo, solo,
conociendo las raíces, el silencio,
persiguiendo el llanto de la lluvia.

Sólo tu cuerpo, solo,
entregándose, repartiéndose,
explotando,
consumiendo la madera.

Sólo tu cuerpo, solo,
alimentando
cambiando de piel,
nutriendo la luz.

Sólo tu cuerpo, solo,
danzando con las horas
que escapan del reloj
dormido en tu muñeca.

Sólo tu cuerpo, solo,
solo
solo.




*
Soñé donde nacía el silencio.

El silencio eran todos los sonidos, todas las palabras
que se acumulaban en la luz.

La luz eran todas las sombras que no habían tocado la tierra.

La tierra era la misma tierra que entraba
por mis poros
por mi boca
me nublaba los ojos
luego giraba en mis oídos.

La tierra, simple vibración de mis sentidos.



*
En la noche, cuando estoy deshabitada,
quiero ver el silencio que te detiene la palabra.

Abre por favor las ventanas de la tierra
arquea sus raíces de agua.
Súbete a la araucaria que atraviesa tus sueños
y deja que me hablen las hojas, las semillas.

Limpia los metales con tus dedos, fórjalos,
que giman con tus uñas;
fúndelos con tus dientes de fuego.

Haz signos que descifre
antes de que el sol absorba tu mirada.