sábado, 28 de enero de 2012

Un poema de Clementina Suárez



Creciendo con la hierba

I
Pudo ser.
pero estaba la espina,
eterna enemiga de la rosa.
Y sola, sin orillas,
la perdida corola de mi sueño.

Y fue.
En aquel pliegue triste
de mi sangre
donde, pálida quedó la sonrisa
que se hizo hielo
sobre su pecho ausente.

Obediente la rosa a su destino,
tuvo que ir mostrando
el candor de su rostro.

Te quemará el amor los huesos.
Niña del Aire!
Paloma del amanecer!
Ya que sólo en la sangre despierta
estará el germen creador defendido.

No caerá por eso
la estrella de tu mano.
Ligaduras humanas no detienen
tu rostro, ya salvado en mil edades.

Esbelta, en tu talle de ángel,
un río es la sangre de tus venas.
Agua que trae y que lleva
la quebrada raíz de la sombra.

Tus dedos nunca sabrán
rescatar el ademán que va perdido.
¿Qué semilla no encontró surco en tu mano,
ni inmaculado nido
en el hueco de tu rodilla?

Ningún camino aparta al cielo de su cielo.
Todo te alza a la altura de tu llaga.
Conmigo. Contigo. Sola.
Atada va la sangre
a raíces que no entiende.

II

Ya ves cómo
mi pecho ilumina
una verdad tremenda.
Los ángeles que pasean por mi sangre
son ángeles rebeldes.

Y me humilla tu rostro atado
y tu corazón cerrado
por un mandato de siervos.

Cuando yo oí me dijeron:
Pequeña: No le niegues al amor tu cara.
Sólo así tu flor tendrá polen
y flotará libre,
goteando muchedumbres,
tu cara creciendo con la hierba.

Distintos son los rumbos de la carne
y sólo el viento salvará
a tu pie, que en la ceniza
quedó extraviado...

Criatura de mi amor!
Sólo cuando el fuego
te lleve hasta mi grito,
recuperarás intacta
la espiga que dentro
de tu piel madura.

Fuera necesario morirme y no quererte.
Golpearme la espalda
y atar mi lengua
para no decirte
que están llorando en ti los brotes
y detenidos los arroyos,
porque le niegas al surco
lo que es del surco.

III

Me oyes!
¿Me estás oyendo lo que te digo yo?
La que quisiera detener el canto
y dejar que la muerte decorara
hasta mi desnudo vientre.

Antes de mirarte de tan lejos,
desde donde
hay un planeta que se quiebra
entre mis dedos.

Y no pude decirte más.
Me dolían todas mis marcas.
Y sin saberlo, empecé a despedirme,
a despegarme
de los resabios de mis pies,
por tus mismas palabras.
De repente, algo fue distinto.
Ni tú te llamaste tú
ni yo me llamaba yo.

El barro crecido
nos unía y separaba
en mil anillos
de diferente edad.

Hubiera querido amarrarme a ti
y no preguntarte nada.
Dejar inconclusa
la vid que conmigo crece.
Pero había, entre nosotros dos,
una espada arisca,
que no me lo permitió!

La palabra iba suelta
en el aire,
indestructible
dentro de mi llanto.

Es tan fácil herirme,
que un pequeño ruido
de cristal lo logra.
Basta que tu inmóvil
faz se mueva.
Y no me sientas subir,
estremecerme
con los ojos cerrados.

Reemplazar quisiera esta sangre
por otra sangre que te tocara las raíces,
y te dejara desnudo mi ramo de huesos
limpios
de todo lo que no fuera
una inocente corteza
que acatara tu latido.

IV

Despacio,
que está madurándose
la criatura de espuma
que se queja en mi entraña.

Copo a copo
voy cubriendo
de alta atmósfera
lo que vivirá,
aún detrás de la muerte.

La urgencia de mi paso
es un puro símbolo
-nada es mío-
una flecha me curva
dentro de tu amor.

¿No sientes deshojarse
pétalos dentro de mis sienes?
¿No sientes que mis manos
te adelantan la rosa,
el aroma y el tacto?

Y que mi sueño
es una arteria abierta
que calcina al gusano.
Y que precisas otro nombre
para encontrarte
con la sonrisa
de tu primer niñez.

Era eso lo que me faltaba decirte,
antes que tu amor
la boca me consuma.

Hablarte
de este doble vivir
en la noche y la trasnoche
de una sollozante bruma.

Nunca esperes que te traiga
una espina en la mano.
Para venir y para buscarte,
ya había dejado
todos los abrojos.

Flota en la luz de mi relámpago!
No olvides
que el paso frágil
de un milagro rápido huye.
Y que la vida que te pido,
no es tu vida,
sino que la copiosa,
inagotable.
La inmortal vida.

Buscando
voy dentro de tu fondo
al árbol que te viste
y te abraza y te estrecha.
y tal vez hasta te separa
de tu mejor forma.

V

Cuántas veces
he estado
de ti separada,
dormida
en tu mejor agua.
Intacta detrás de ti,
contigo en la ausencia.

Y mi voz,
la que nunca antes oyera,
te hablaba
de cosas interpuestas
que mis quebrantados ojos
nunca vieron.

Y desde entonces
estuve segura
de que vendría un día
en que viéndome a los ojos
encontraras en mis pupilas
una flor enloquecida.

Quítala del espejo,
me dirías.
Transforma tu tamaño,
te ahoga el rostro
y te pierde en su vigilia.

En tal forma desmesurada,
te verás custodiando
olas en mi frente.

Echa tu raíz atrás!
Ensancha tu mundo!
Percibe la agonía
y la congoja.

Que acaso
con el beso y el beso,
lleguemos a conquistar
nuestro carmen florido.

Palabras encendidas
nos están despertando
No podemos quedar solos,
tardar, estar inmóviles
dentro de esta
porfiada penumbra.

El alba que va suelta
dentro de la carne
nos está gritando,
que nuestra médula
arrastra un fulgor nuevo
para la espiga sometida.

Yo sé que no es mía
la pauta que te voy dando,
ni es mío el luto,
ni la sal ni la ceniza.

Que hay una conexa ternura
en mi dócil tallo,
que busca en ti su equilibrio
para encontrarse.

Sin contorno,
en tu inagotable azul,
alcanzo una resurrección
grácil para la vida.

Tal vez
porque ha podido llegar a descubrir
que los esfenoides del cuerpo
no son lo más importante.

Que hay una esparcida vida
mordida por agudos puñales
que debemos liberar.

Y con esta honrada visión
y esta ganada excelsitud,
quedamos enlazados,
ya no en una interrogación,
ni en una aventura,
ni en ninguna elástica posición.

Sino dueños absolutos
de una verdad
que saltaba del pecho al cielo
y del cielo al pecho,
como un auténtico mundo
libre y sin riberas.

VI

De tu lecho tibio
me incorporo,
cantando.

Con un sentido radiante
del Universo
y del amor.

Nada golpea mi frente
ni mis ojos!
Estoy segura del tamaño
de mis sueños
y los agito con alegría.

Qué ternura la de tu regazo!
Madurar vi en ella
todos mis frutos.

Y en este primer día
qué livianos tus párpados
encima de los ojos.

Para mi propia
ingenua alegría.
Te decía y te volvía a decir:

Cierra los ojos!
qué limpios
los estoy mirando.

Cuelgan gotas de rocío
de tus pestañas.
Estás,
como en el primer despertar,
nuevo en el tiempo.

Estrenas el equilibrio
de un exacto ardor,
que no quita a la rosa
ni su armonía
ni su nostalgia.

Tendría que haberte amado
y escuchado
en todas tus voces.

Como si dentro del cuerpo
hubieras dejado un hijo
y estuviera todavía. . .

Que para quererte
ya estaba despierta,
mi rostro levantado
podría ofrecerte
con sostenida miel.

Y además,
sabía
que vestida de azahar,
de sangre o de arena,
el pudor de mi trébol
no se discute.

Habitar puedo en ti
con inalterable fe.
En el viento o en el agua
saltar como pez.

Juntos ya, sin nieblas,
Todo esto lo comprendo
con más suave cariño,
haciendo más pequeño
mi cuerpo en tu recuerdo.

Pero si no has podido llegar
y el paso de tu estrella
está indeciso.

Para que me oyeras,
tendría que vestirme
de novia nuevamente.

Tendría que iluminar
los rincones
y encontrar los vestidos
donde dejan el musgo
los olvidos.
Ni así. Pezuña de ceniza
apagaría mi frenesí.
Y nunca
llegaríamos al astro.

Tienes que despertar.
Levantar a tu esqueleto
del sueño.

Dejarte desnudo,
voluntario,
distinto.

No puedes esperar
a que te coman
los ojos
las hormigas.

Cómo dormir
en los vacíos lechos,
cuando hay una queja
y un abierto costado
que reclama la sangre.

Naciendo estoy,
visiblemente,
y trepándome van criaturas
ángeles y semillas


VII

Antes,
en nuestro día
era yo sólo una.
sin pensar que el amor
es una cruz
y lastima.

Estar en tu pasado,
recordar tu presencia
y hasta tu imposible presencia.

Andar tus inviernos
empezando siempre.
Someter al tiempo
a que rompa sus cifras,
hasta que logre entregarnos
un mar sin fatigas.

Sólo así,
a orillas de la vida
que busca jubilosa
algo duradero.

Empezaremos.
A ser felices,
a quererlo ser.

Asumiendo el deber
de que sólo
por un camino humano
se puede ser feliz.

Sin lo estéril
de la desigual
solitaria felicidad,

VIII

Amigo, tal vez digas:
tu corazón, para quererme,
no está en su sitio.

Es más ancho,
más puerto,
más alba sin frontera.

Oyendo está la queja
de los hombres
y por sus urgentes ansias
por ser libres.

Hoy saben que los hombres,
si sufren y trabajan
estrujados y agónicos,
es por tener su vida
y por amarla.
Ahora,
de madres
con el surco
clavado de puñales
y
de niñas que tienen
las manos con espinas

Antes,
en nuestra noche,
era un llanto mi voz
y sólo un llanto.

Hoy,
ya tan cerca del alba,
traigo despiertos ríos
de mujeres que gritan
como yo,
con el aire oxidado
por la salvada orilla,
para la azucena,
y el yermo y el amor.

Mis ruegos se dividen
en vida o muerte jubilosa.
Tú puedes apartar mis rosas,
pero no la encendida
corola de mi sueño,
más grande con la ansia
de otros sueños.

Y tú, dime,
¿estás conmigo
en este círculo de mi sangre,
o me sigues buscando
por la huella
de mis pies hundidos?